XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

1 de octubre de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Cuando el malvado se convierte de la maldad, salva su propia vida (Ez 18, 25-28)
  • Recuerda, Señor, tu ternura (Sal 24)
  • Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús (Flp 2, 1-11)
  • Se arrepintió y fue. Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios (Mt 21, 28-32)
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La esperanza cristiana

La esperanza es, precisamente, lo que nos permite caminar hacia el futuro, confiando en aquellos brotes que nos preanuncian la plenitud que anhelamos y que, además, nos permiten vencer los temores. Pues la vida humana tiene lugares donde surgen esos brotes de esperanza. Pensemos en la experiencia del amor, que contiene siempre una promesa de eternidad y permite a los enamorados imaginar un futuro de nuevas posibilidades. O en la experiencia de la generación de un hijo, donde, en el asombro por el nacimiento del hijo, experimentamos que en el origen de todo lo que somos y hacemos hay un don, un “tú” que nos ha reglado el don de la vida sin esperar nada a cambio; un gran amor que nos ha acogido en una familia y ha velado en todo momento por nosotros.

Pero todas estas esperanzas, por sí solas, se quedan cortas. Si podemos acogerlas es porque brilla ya en ellas esa gran esperanza de la que hablaba el papa emérito Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi (cf. nº 39). Es la esperanza de Dios, la confianza de que la vida puede llegar a su meta y vencer todos los temores, incluido el de la muerte: esta esperanza es como la pepita de oro que brilla en el fondo de la batea, dando su verdadera medida a las esperanzas cotidianas.

El encuentro con el amor de Jesús contiene una promesa que nos hace capaces de esperar por encima de nuestras fuerzas. Cuando nos apoyamos en Cristo, estamos seguros de que él puede garantizar la esperanza más grande, aquella que va más lejos del simple optimismo. Esta es la verdadera esperanza teologal, porque tiene su sentido (logos) en la bondad de Dios (theos): Dios tiene un plan universal para salvarnos y lo ha realizado en su Hijo Jesús. Una tal esperanza nos permite apoyarnos en Dios como futuro absoluto y no en nuestros propios proyectos o planes, sometidos a tantas limitaciones: esta es la seguridad que da la esperanza.

XXV Domingo del Tiempo Ordinario

24 de septiembre de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Mis planes no son vuestros planes (Is 55, 6-9)
  • Cerca está el Señor de los que lo invocan (Sal 144)
  • Para mí la vida es Cristo (Flp 1, 20c-24. 27a)
  • ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? (Mt 20, 1-16)
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El combate contra el diablo



La vida cristiana como lucha

La vida del hombre sobre la tierra comporta siempre un combate espiritual en el que el hombre se debate entre el Bien y el Mal, entre Dios y el Maligno. Así lo recuerda el concilio Vaticano II: “A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final (Mt 24, 13; 13, 24-30 y 36-43). Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el Bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo” (GS 37).

La catequesis tradicional de la Iglesia se ha referido a ese combate como una lucha entre el alma, es decir, el hombre interior que quiere ser fiel a Dios, y sus tres enemigos: mundo demonio y carne. San Juan de la Cruz nos ilustra sobre este combate diciendo: “El mundo es el enemigo menos dificultoso. El demonio es más oscuro de entender; pero la carne es más tenaz que todos, y duran sus acometimientos mientras dura el hombre viejo. Para vencer a uno destos enemigos es menester vencerlos a todos tres; y, enflaquecido uno, se enflaquecen los otros dos; y vencidos todos tres, no le queda al alma más guerra” (Cautelas 2-3). 

En realidad, en el origen de todo está el Demonio, que fue quien indujo al primer Adán al pecado, una de cuyas consecuencias fue lo que denominamos la carne, es decir, la escisión interior que nos desgarra. También el mundo, como organización de la existencia contra Dios, es fruto de ese primer pecado. Por eso, en rigor de términos, es el Demonio quien se aprovecha del mundo y de la carne para inducirnos al mal.

Esta última dimensión del combate espiritual nos la revela san Pablo cuando afirma que “nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del mal que están en las alturas” (Ef 6, 12). Con estas palabras san Pablo nos dice que no basta con luchar contra las malas tendencias que llevamos dentro de nosotros (la carne) y contra las influencias perniciosas del ambiente (el mundo), sino que, en último término, se trata de luchar contra los demonios. Así nos lo recuerda la Iglesia cuando, el día de nuestro bautismo, nos pregunta si estamos dispuestos a renunciar a Satanás, a sus obras (los pecados) y a sus seducciones (las mentiras con las que intenta convencernos de que lo más inteligente que podemos hacer es pecar).

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

17 de septiembre de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados (Eclo 27,30 - 28,7)
  • El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia (Sal 102)
  • Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor (Rom 14, 7-9)
  • No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18, 21-35)
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(Nota.- Al no disponer de la homilía correspondiente al día, se ha puesto una homilía que hace referencia al Cantar de los Cantares).

Oración a la Virgen María

¡Oh María, tú eres mi esperanza y mi paz!
¡Cuando te amo y pienso en ti, oh María,
la alegría se apodera de mi corazón!
Si un disgusto turba mi espíritu,
basta que pronuncie tu nombre
para que desaparezca.
Sobre el mar del mundo
tú eres la estrella bienaventurada
que orienta mi nave.
Bajo tu amparo quiero vivir y morir.
Sí, tú eres mi Madre
porque tú eres Madre de mi Dios.
¿Qué puedo temer yo, María,
si tú me amas?
Reina poderosa sobre el corazón de Dios,
declara solamente que somos tus hijos,
y Dios tendrá piedad de nosotros
y seremos salvados.












San Alfonso María Ligorio (+ 1787)

Oración en formato pdf

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

10 de septiembre de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre (Ez 33, 7-9)
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 94)
  • La plenitud de la ley es el amor (Rom 13, 8-10)
  • Si te hace caso, has salvado a tu hermano (Mt 18, 15-20)
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Cuatro pequeños trozos de pan

(Recogemos aquí algunas reflexiones de Magda Hollander-Lafon, judía húngara, deportada al campo de Auschwitz-Birkenau cuando tenía dieciséis años. Su familia fue completamente exterminada. Ella sobrevivió y, refugiada al final de la guerra en Francia, se convirtió al catolicismo y fue bautizada. Es madre de cuatro hijos y abuela de varios nietos)

En Birkenau, una agonizante me hizo una señal: abrió su mano, que contenía cuatro pequeños trozos de pan enmohecido y, con una voz apenas audible, me dijo: “Toma. Tu eres joven, tú debes vivir para testimoniar de lo que ocurre aquí. Tú debes decirlo para que esto no vuelva a ocurrir nunca más en el mundo.” Yo tomé esos cuatro trocitos de pan y me los comí delante de ella. y leí en su rostro, a la vez, la bondad y el abandono. Yo era muy joven y me sentí superada por este gesto y por la carga que lo sustentaba (73).

* * *

Se nos arrancaba toda identidad: recuerdos, vestidos, e incluso cabellos o dientes si estaban coronados de oro. Pero la fraternidad permanecía en el corazón de algunas e irradiaba.

Todavía escucho la voz cálida de una camarada que estaba allí desde hacía cinco años y nos decía: “Tened confianza en la vida. No cedáis a la desesperación. Cultivemos la amistad entre nosotras. Reagrupemos nuestras fuerzas. No perdamos el ánimo: los débiles no viven aquí. Es necesario sobrevivir. Hacen falta testigos”.

Estas palabras procedían de una hermana desconocida. Pero echaron raíces en mí y me han ayudado a vivir en los momentos de agotamiento.

Si hoy yo recorro, llena de agujetas, el puente de mi memoria, es para que viva durante mucho tiempo el recuerdo de estas palabras y de aquellos a los que se les robó su vida y que quisieron, hasta el final, darnos el coraje de vivir (51).

* * *

El misterio de los encuentros personales existe y me ha sostenido mediante su luz, y me ha dado varias veces la vida.

Hoy (1977) yo sé con certeza que el amor creador de mi esposo, mi amigo, me ha pacificado porque ha sabido creer en mí. Nosotros continuamos con las alegrías y las dificultades de cada día, pero con pasión, desde hace veintiún años, a reinventar el Amor.

Su familia se ha convertido también en la mía. Sus padres supieron decirle sin conocerme: “Si tú la has elegido, es que ella es buena”. Su confianza llenó de calor mi corazón y me ayudó en el camino de la reconciliación. 

Los mil milagros de la amistad me han permitido releer mi pasado con una mirada de esperanza (69).