La familia y los medios de comunicación social

José Luis Restán

Siempre pienso que la problemática generada por el mundo de la comunicación social, se resuelve en última instancia “fuera” de ese ámbito. A fin de cuentas los medios son instrumentos, y aunque generan y moldean un tipo de cultura, también son tributarios de una cultura y una sociedad que son previas. Y esto vale también para la familia.

Partimos de un dato que se puede constatar: la cultura de fondo que domina en los grandes medios de comunicación social, provoca una sospecha respecto al valor de la familia, entendida como compromiso público y estable adquirido por un hombre y una mujer, abierto a la transmisión de la vida y dedicado a la educación de los hijos.

1.- Algunos rasgos dominantes de la cultura determinada por la comunicación global.

a) Individualismo y disgregación. Atravesamos un momento de intensa ruptura de vínculos, tanto con el pasado (Tradición) como en el presente (debilidad de la pertenencia a las comunidades naturales: familia, pueblo, escuela, comunidades religiosas…). El hombre se contempla como “mero experimento de sí mismo”, y esto anula la idea misma de educación, de traditio. El resultado es que la persona se reduce cada vez más a “individuo” aislado que se sitúa en un contexto de cambios acelerados sobre los que no acierta a tener un juicio claro. Su conexión con un cierto patrimonio común, con una idea compartida del mundo, se la ofrece entonces la comunicación global. Y no dispone de elementos de criba, de discernimiento. El hombre supuestamente autónomo, en su burbuja, se vuelve mucho más vulnerable al impacto de unos mensajes/imágenes masivos, que se gestan en un ámbito absolutamente inasequible para el receptor.

b) La sustitución educativa. Todo esto sucede no sólo ni principalmente por la potencia de los MCS (tecnología, redes, etc…) sino por la incapacidad educativa de los lugares a los que (poco o mucho) siguen ligadas las personas. Ni la familia, ni la escuela, ni las comunidades sociales, incluidas las religiosas, tienen hoy, en general, una relevancia educativa clara: éste es el drama. Y en este contexto de debilidad, los medios asumen un papel educativo totalmente abusivo, que no les corresponde. Si a ello añadimos una creciente tentación moralizante o de diseño social, que alimentan los poderes mediáticos, tenemos el cóctel perfecto: ciudadano anónimo y desvinculado, que navega sin rumbo en el océano de una comunicación global en la que hay de todo, pero cuyos vectores son los del pensamiento dominante.

c) Irreligiosidad y aversión a la Tradición cristiana. Uno de esos vectores, en el actual momento histórico de occidente marcado por el nihilismo post-ideológico, es la irreligiosidad. Me refiero a la censura (explícita o tácita) de la apertura religiosa estructural del hombre. Esta censura tiene diversos tipos: el silencio sobre las preguntas fundamentales, la burla y la caricatura de las expresiones religiosas, y el combate explícito contra las Iglesias y comunidades religiosas. En los últimos años ha sido clamorosa esta tendencia en medios tan prestigiosos como el NYT, la BBC, El País, etc… Pero no sólo, la galaxia televisiva es tremendamente eficaz en esta línea, a través de lo que llamaría un “costumbrismo anticristiano”.

d) Individualismo y estatismo. Esta gran sospecha conduce a la cultura mediática (hablamos siempre de una resultante global, en el contexto de nuestra sociedad post-industrial y secularizada) a reconocer únicamente como instancias relevantes al individuo y al Estado. Entre la autonomía rabiosa del individuo aislado que debe bastarse a sí mismo, y el Estado que regula el consenso necesario para impedir el caos, no pueden existir instancias verdaderamente relevantes, con un valor intrínseco para servir al desarrollo de la vida personal y social. Ciertamente, deben existir agregaciones de individuos más o menos estables, también de tipo “familiar”, pero a las que no cabe reconocer sino un papel funcional: por eso se pueden crear y disolver sin mayor problema, y se puede alterar su forma a gusto del consumidor… A fin de cuentas sólo al individuo (digo a propósito individuo y no persona, porque ésta presupone un anclaje comunitario) y al Estado, se les reconoce un valor decisivo.

e) A pesar de todo: la búsqueda de la felicidad y la libertad. Sin embargo sería un error pensar que el entramado de la comunicación global, con sus diversos estratos, es algo monolítico y sin fisuras. Esos vectores que hemos señalado no pueden anular ni ocultar la presencia latente de la exigencia de significado, de la nostalgia de la belleza y de la comunión, aun cuando se desconoce cómo y dónde podrían encontrarse. Y la familia verdadera, de la que existe en todo caso una fuerte nostalgia, es por naturaleza el espacio privilegiado para hacer experiencia de estos grandes deseos. Por eso los Medios, a pesar de todos los prejuicios y batallas ideológicas, no pueden dejar de reflejar (lo vemos sobre todo en el cine) esa nostalgia. Este es un contrapunto que abre muchas posibilidades para el cambio de relación que propugnamos.

2.- La pretensión de los medios de “crear la realidad” aplicada a la familia.

Un rasgo especialmente peligroso del fenómeno global de la comunicación de masas es la pretensión de “inventar la realidad”, de encasillarla en esquemas y prejuicios, censurando cuanto escapa de ese dominio. Por eso también pretenden “reinventar” la familia, disolviendo sus perfiles y definiendo sus elementos y finalidades de una forma completamente autónoma y arbitraria. La prioridad de temas como la regulación de las parejas de hecho, el matrimonio de personas homosexuales y la procreación artificial, en la agenda informativa y de opinión de los grandes medios, documenta precisamente esa pretensión.

a) La familia ligada a un universo de valores que se pretende erosionar. En el caso concreto de la familia, esa tendencia a crear una realidad virtual puede tener en algunos casos un interés añadido. Dado que la familia actúa como una instancia de transmisión de sentido, de comunicación de valores, y por tanto como una pieza clave de lo que podríamos llamar el ethos cultural de una sociedad, si alguien pretende alterar dicho ethos de acuerdo con un diseño programado (la famosa “modernización”) será necesario debilitar, desdibujar o desacreditar, esa instancia familiar que aparece ligada a la vitalidad y continuidad de la tradición (¡palabra maldita!).

b) Parejas de hecho y uniones homosexuales: disolución de los perfiles de la familia. En el argot propio de los Medios, hablamos de “Agenda informativa” para referirnos a los asuntos que se consideran prioritarios por el Medio en cuestión, asuntos que no sólo son objeto de información preferente, sino de una implicación global del Medio a través de colaboraciones, editoriales, imágenes, despliegue tipográfico, etc… Es curioso que Medios generalmente opuestos entre sí, que mantienen duros enfrentamientos en otros campos, coincidan en el capítulo de su Agenda que se refiere al tratamiento de la familia: por un lado, llama la atención la imagen virtual de la así llamada “familia tradicional” (virtual porque se crea a partir de una caricatura de los materiales de la realidad) como ámbito de autoritarismo, formalismo y reacción ideológica, y la exaltación de otras formas de convivencia presentadas como liberadoras, desenfadadas y “modernas”. La línea de fondo tiende a disolver los perfiles de la familia. Si la palabra familia puede significar cualquier cosa, es que ya no significa nada, se pierde la pista de lo que realmente es la familia, qué significa y cuál es su auténtico valor.

c) La exaltación de la ‘procreática’ como clave de interpretación. Una última nota sobre esta tentación de los medios de “reinventar” la familia, la encontramos hoy en la exaltación de la denominada ‘procreática’, el conjunto de técnicas cuyo esfuerzo se centra en desligar la reproducción humana de los condicionantes de la relación interpersonal cuyo lugar natural es la familia. En la fascinación y el embeleso acrítico con que se reciben y proclaman estos avances técnicos, me parece descubrir un dato cultural de suma importancia para cuanto venimos diciendo: al separar (ese es el horizonte último que algunos no se recatan de presentar) drásticamente la transmisión de la vida humana, de la existencia de un ámbito estable de relación entre hombre y mujer, la relevancia y el significado ético-cultural de la familia quedarían profundamente trastocados.

3.- La familia como ámbito natural de transmisión y asimilación de la cultura de un pueblo: debilidades y ausencias del momento presente.

Partimos de una certeza ampliamente verificada en la experiencia: el hombre sólo puede asimilar los valores (sólo puede ser educado) a través de un encuentro humano. No basta con una enumeración de los valores, ni siquiera con su correcta presentación y argumentación. Sólo en la cercanía del encuentro humano con alguien que te estima de forma incondicional y gratuita, el niño, el joven y en definitiva cualquier hombre, puede hacer suyo el valor que se le transmite. Por eso la familia es el ámbito natural en el que la persona es introducida en la realidad, o mejor aún, en la verdadera aventura humana que consiste en seguir el rastro del significado de la realidad y adherirse libremente a él.

a) El riesgo de la sustitución mediática del papel educativo de la familia. Pero debemos de reconocer que la familia experimenta en este momento histórico (al menos en Occidente) una creciente debilidad a la hora de realizar su función de transmitir la cultura y los valores a las nuevas generaciones. Esta debilidad educativa provoca un vacío que sólo puede ser rellenado por la influencia de los medios, con su capacidad de modelar la mentalidad, que tiende a sustituir a la familia en su función educativa. Hay un drama histórico que se vive hoy en el interior de las familias: la renuncia a educar, a proponer una hipótesis de sentido en cada circunstancia de la vida, y a implicarse con la otra persona en el riesgo de verificar esa hipótesis. Pero el precio de esta renuncia es que sea otro, sin rostro y sin amor, quien haga valer su propuesta. De hecho, si los Medios muestran tanto poder a la hora de configurar las mentalidades, es porque se ha abierto, no sólo en la familia, pero primero y principalmente en la familia, este gran vacío. 

b) El drama del aislamiento cultural de los individuos. El hecho de que muchas familias no vivan una sólida experiencia humana (con todas sus implicaciones), provoca una falta de puntos de referencia fiables para sus miembros, haciéndoles más dependientes de los juicios de valor y las interpretaciones ofrecidas por los grandes medios. En este sentido podemos observar que el desgaste del tejido familiar genera un aislamiento afectivo, ético y cultural de cada persona individual, y refuerza el impacto de los medios sobre su mentalidad.

Cada persona necesita situarse en un mundo crecientemente complejo, necesita criterios de valoración y discernimiento, necesita ordenar y juzgar el enorme caudal de datos e imágenes que cada día caen sobre él como un aluvión. Si ese punto de criterio no viene de una relación con el padre o la madre (también puede decirse del maestro, del hermano mayor o del amigo), la persona queda a merced del nihilismo, de las ideologías, o de intereses inconfesables.