Las tres virtudes

La virtud que más me gusta, dice Dios, es la esperanza.
La fe es algo que no me extraña,
que no tiene nada de raro.
Porque ¡brillo de tal manera en mi creación!

En el sol, en la luna y en las estrellas,
en todas mis criaturas.
En los astros del firmamento y en los peces del mar,
en las plantas y en los animales y en las bestias de la selva,
y en el hombre,
mi criatura.

(…)

La caridad, dice Dios, es algo que no me extraña en absoluto,
que no tiene nada de extraño.
Estas pobres criaturas son tan desdichadas que, a menos de tener un corazón de piedra ¿cómo no iban a tener caridad las unas con las otras?
¿Cómo no iban a tener caridad con sus hermanos?
¿Cómo no se iban a quitar el pan de la boca, el pan de cada día, para dárselo a los pobres niños que van de puerta en puerta?

¡Y mi Hijo tuvo para con ellos una caridad tan enorme!
¡Mi Hijo, su hermano, les tuvo tanto amor!

Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña,
me extraña hasta a Mí mismo,
esto si que es algo verdaderamente extraño.
Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas y que crean que mañana irá todo mejor,
esto sí que es asombroso y es, con mucho, la mayor maravilla de nuestra gracia.
Yo mismo estoy asombrado de ello.
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
y que brote de una fuente inagotable
desde que comenzó a brotar por primera vez
como un río de sangre del costado abierto de mi Hijo.

¿Cuál no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de mi gracia para que esta pequeña esperanza, vacilante ante el soplo del pecado, temblorosa ante los vientos, agonizante al menor soplo,
siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,
tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar como la pequeña llama del santuario
que arde eternamente en la lámpara fiel?

De esta manera una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos,
una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos,
una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo de la muerte,
la esperanza.
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza,
y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza,
inmortal.

Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas,
mis hijas, mis niñas,
son como las otras criaturas de la raza de los hombres:
la Fe es una esposa fiel,
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizás es una hermana mayor que es como una madre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con Enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento, cubiertos de escarcha pintada,
y con su buey y su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen porque son de madera.

Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que atravesará los mundos, esta niñita de nada,
ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes,
ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos.
Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos desde los confines del Oriente, hacia la cuna de mi Hijo,
así una llama temblorosa, la esperanza,
ella sola guiará a las virtudes y a los mundos,
una llama romperá las eternas tinieblas.

Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.

Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos,
y la que las arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña.



Autor: Charles PÉGUY
Título: Palabras cristianas. Selección, traducción e introducciones de José Luis Martín Descalzo y José Jiménez Lozano
Ediciones Sígueme, Salamanca, 1982, pp. 23-28