El silencio y la vida monástica

Un sacerdote debe dejar un lugar importante en su vida al silencio: es vital que pueda permanecer a la escucha de Dios y de las almas que se le confían. En la formación monástica es sumamente importante para un sacerdote aprender a no hablar sin motivo. Porque la predicación implica silencio. En el ruido, el sacerdote pierde el tiempo: la cháchara es una lluvia ácida que acaba por arruinar nuestra meditación.

El silencio de Dios debería enseñarnos cuándo hablar y cuándo callar. Ese silencio que nos lleva a entrar en la verdadera liturgia es un momento para alabar a Dios, confesarlo delante de los hombres y proclamar su gloria. Recuerdo que los domingos todos los habitantes del poblado cuidaban con celo sus largos tiempos de oración personal. Estábamos en presencia de la Presencia.

El objetivo de la vida monástica consiste en alcanzar un estado más o menos habitual de oración y penitencia, de liturgia y estudio, de trabajo manual y oración. Sus días deben ir convirtiéndose poco a poco en una oración ininterrumpida: el monje se mantiene unido a Dios en todas sus ocupaciones. “El silencio y la soledad, la escucha y la meditación de la palabra sitúan constantemente el alma del monje bajo la influencia directa e íntima de la acción divina”, dice Thomas Merton.

VIII Domingo del Tiempo Ordinario


26 de febrero de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Yo no te olvidaré (Is 49, 14-15)
  • Descansa solo en Dios, alma mía (Sal 61)
  • El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón (1 Cor 4, 1-5)
  • No os agobiéis por el mañana (Mt 6, 24-34)
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Los ángeles, existencia y naturaleza


LA EXISTENCIA DEL MUNDO ANGÉLICO ES UNA VERDAD DE FE

La existencia de los ángeles es un dato de fe. Esse angelos novimus ex fide. Nosotros creemos que los ángeles existen porque Dios nos lo ha revelado en las Escrituras tal como la Iglesia católica, asistida por el Espíritu de Cristo, las recibe y las comprende. A pesar de todas las objeciones que se pueden oponer a esta afirmación, y que el Magisterio no ignora, la iglesia sigue enseñando que la existencia de los ángeles y de los demonios forma parte integrante de la Palabra de Dios y debe ser creída con fe divina.

“Al principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1, 1). La Iglesia ha entendido siempre “el cielo” no como el firmamento astronómico (que será creado en el día segundo) sino como el mundo espiritual en el que existen los ángeles. Así en el Símbolo de Nicea confesamos que Dios es el “creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”. “El cielo y la tierra” es una expresión para decir “todo”, “la totalidad”. De esta totalidad se afirma que tiene dos caras o dimensiones, una visible y otra invisible. Con ello se afirma que la creación es más grande que lo que nosotros con nuestros ojos corporales, incluso ayudados por potentísimos instrumentos (microscopios, telescopios), podemos contemplar. Y la dimensión invisible de la creación incluye, entre otras realidades, la existencia de otros seres espirituales, distintos del hombre y dotados también como él de inteligencia y de libertad: son los ángeles, que fueron creados antes que el hombre y que son criaturas personales, puramente espirituales, y no simples fuerzas anónimas e impersonales.

El IV Concilio de Letrán (1215) precisa de algún modo la afirmación de Nicea afirmando que Dios “creador de todas las cosas visibles e invisibles, espirituales y corporales, ha creado de la nada, por su fuerza todopoderosa, tanto a la criatura espiritual como a la corporal, es decir, a los ángeles y al mundo”. Y el Catecismo de la Iglesia Católica enseña sin equívoco alguno que la existencia real del mundo angélico no está propuesta a los fieles cristianos como una opción aceptable sino que constituye una verdad de fe. 

A lo que hay que añadir que, en la enseñanza de Cristo, la realidad del universo angélico es requerida para fundar la realidad de la dignidad del cristiano. Puesto que Jesús enseña que hay que respetar a los pequeños porque sus ángeles ven el rostro de Dios (Mt 18, 10): el Señor no construye una imagen sino que afirma una realidad.

El mundo angélico constituye el “ejército celestial” (Lc 2,13), son como los soldados o los combatientes de Dios (Mt 26,53; Ap 19,14; cf. Ap 12,7), que tiene tantos ángeles a su disposición (cf. Lc 2,13), que podría enviar a su Hijo en el acto “más de doce legiones de ángeles” para librarlo de la pasión (Mt 26,53). El autor de la carta a los hebreos habla de “miríadas de ángeles” (12,22) y el Apocalipsis de “miríadas de miríadas y millares de millares” (5,11), con lo que se expresa el número nada fácil de determinar de esos seres que constituyen el mundo celestial (Lc 15,10). El mundo angélico es un aspecto del mundo divino y por eso, en algunas ocasiones, se llega a hablar de los ángeles en lugar de Dios (Lc 12,8s frente a Mt 10,32s), aunque generalmente se mencionan junto a Dios y a Cristo como miembros de la esfera divina, celestial (cf. 1Tm 5,21; 1Pe 3,22; Ap 14,10).


QUÉ SON LOS ÁNGELES


a) Los ángeles son espíritus

Los ángeles son, por su naturaleza, espíritus y por su función mensajeros. Son espíritus en un doble sentido: porque no son materiales y porque –y esto es más profundo- han sido creados a imagen del Espíritu Santo, que es quien expresa mejor en la vida trinitaria la propiedad puramente espiritual de la naturaleza de Dios. Pues el ángel viene de la gloria de Dios, existe delante de esta gloria y la manifiesta. Y el Espíritu Santo es Él mismo la manifestación de la gloria de Dios en su persona trinitaria. De hecho encontramos numerosos textos en los que el simbolismo del número siete designa tanto el universo angélico como la plenitud de la manifestación de la gloria divina que es el Espíritu Santo (y que la comunica a los hombres por los siete espíritus angélicos) (cf. Tb 12,15; Za 4, 2 y 10; Ap 1, 12-13; 2,7; 5, 6; 19,10; 22, 6-9). También es curioso que en Hb 9,14 Jesús se ofrece al Padre “en el Espíritu eterno” y en Lc 22,43 un ángel viene a reconfortarlo en Getsemaní, que es donde Cristo se ofreció al Padre (nótese que “reconfortar” está cerca de la paraklèsis del Espíritu Santo). También en los Hechos de los Apóstoles primero es el “ángel del Señor” quien ordena partir a Felipe (He 8,26) y poco después es el “Espíritu del Señor” (He 8,39) quien lo rapta. Los ángeles son, por lo tanto, espíritus no solamente porque son inmateriales sino porque están al servicio de la misión del Espíritu Santo.


VII Domingo del Tiempo Ordinario


19 de febrero de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lev 19, 1-2. 17-18)
  • El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
  • Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios (1 Cor 3, 16-23)
  • Amad a vuestros enemigos (Mt 5, 38-48)
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Alma de Cristo










Alma de Cristo, santifícame
Cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame
Agua del costado de Cristo, lávame
Pasión de Cristo, fortaléceme
¡Oh buen Jesús, óyeme!
Dentro de tus llagas, escóndeme
No permitas que me aparte (sea separado) de ti
Del maligno enemigo, defiéndeme
En la hora de mi muerte llámame y mándame ir a ti,
para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos. Amén.

Oración en formato pdf


VI Domingo del Tiempo Ordinario


12 de febrero de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • A nadie obligó a ser impío (Eclo 15, 15-20)
  • Dichoso el que camina en la ley del Señor (Sal 118)
  • Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria (1 Cor 2, 6-10)
  • Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo (Mt 5, 17-37)
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Sois como yo

(El protagonista de la novela, que es quien habla en este texto, es hijo de padre alemán y de madre francesa, emigrado a Francia desde la infancia y perfectamente bilingüe, doctor en derecho por una universidad alemana y nazi convencido desde el primer momento. Es un hombre culto, educado y elegante, que no posee ningún odio visceral hacia los judíos, pero que percibe la cuestión alemana y la cuestión judía como lo hace Hitler, y que se alistó voluntariamente en las SS. Como oficial de las SS ha participado en matanzas multitudinarias de judíos, lo que para él no constituye ninguna “catarsis” sino un deber antipático y desagradable que, sin embargo, hay que cumplir. Ha conseguido sobrevivir a la segunda guerra mundial y hacerse pasar por un francés que fue hecho prisionero en Alemania. Ahora vive en Francia, casado con una francesa, dirigiendo una fábrica de encajes y de manera secreta escribe un largo relato de su trayectoria vital sosteniendo la tesis de que somos todos iguales y que todo lo que él hizo lo podríamos haber hecho igualmente cualquiera de nosotros)

Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió. No somos hermanos tuyos, me replicaréis, y nos importa un bledo. Y es muy cierto que se trata de una tenebrosa historia, aunque también edificante, un auténtico cuento moral, os lo aseguro. Existe el riesgo de que resulte un tanto largo, porque, bien pensado, sucedieron muchas cosas, pero a lo mejor no tenéis mucha prisa; con un poco de suerte, no andáis mal de tiempo. Y además no es algo ajeno a vosotros; ya veréis como no es algo ajeno a vosotros. No estoy arrepentido de nada; hice le trabajo que tenía que hacer, y ya está. Pese a mis fallos, que han sido muchos, no he dejado de ser de esos que piensan que las únicas cosas indispensables para la existencia humana son respirar, comer, beber, defecar y buscar la verdad. El resto es facultativo.

Lo que hice, lo hice con pleno conocimiento de causa, convencido de que era mi deber y de que era necesario hacerlo, por desagradable y triste que fuera. También consiste en eso la guerra total: lo civil ya no existe, y entre el niño judío que muere en la cámara de gas o fusilado y el niño alemán a quien matan las bombas incendiarias no hay sino una diferencia de medios: esas dos muertes eran inútiles por igual, ninguna de las dos abrevió la guerra ni un segundo, pero en ambos casos el hombre o los hombres que los mataron creían que era justo y necesario; si se equivocaron ¿a quién hay que condenar?

V Domingo del Tiempo Ordinario


5 de febrero de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Surgirá tu luz como la aurora (Is 58, 7-10)
  • El justo brilla en las tinieblas como una luz (Sal 111)
  • Os anuncié el misterio de Cristo crucificado (1 Cor 2, 1-5)
  • Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 13-16)
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