XVIII Domingo del Tiempo Ordinario


31 de julio de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos? (Ecl 1, 2; 2, 21-23)
  • Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación (Sal 89)
  • Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo (Col 3, 1-5. 9-11)
  • Lo que has acumulado, ¿de quién será? (Lc 12, 13-21)
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El método de la oración

El gran método de la oración consiste en saber que no hay ningún método: cuando el Espíritu Santo se adueña de la persona que ora, hace en ella lo que le place, sin que puedan haber reglas o métodos. 

Es necesario que el alma esté entre las manos de Dios, como la arcilla entre las manos del alfarero, para que éste pueda hacer con ella cualquier tipo de vaso; o como una cera blanda dispuesta a recibir la impresión de un sello; o como una tabla blanca sobre la cual el Espíritu Santo pueda escribir sus divinas voluntades.

Todo el esfuerzo para orar bien consiste en hacerse pura capacidad para recibir el Espíritu de Dios: eso basta como método. Porque la oración se debe hacer por gracia, y no por esfuerzo o artificio.

Santa Juana Francisca de Chantal

XVII Domingo del Tiempo Ordinario


24 de julio de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • No se enfade mi Señor, si sigo hablando (Gén 18, 20-32)
  • Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste (Sal 137)
  • Os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados (Col 2, 12-14)
  • Pedid y se os dará (Lc 11, 1-13)
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Santificado sea tu Nombre



Lo primero que debe ser pedido

“Padre nuestro que estás en el cielo, que tu nombre sea santificado”. Subraya el cardenal Journet, que el orden de las peticiones del Padrenuestro es significativo, que con ese orden el Señor nos está diciendo algo y que lo que nos dice es que lo primero que hay que pedir es que su nombre sea santificado, es decir, que Él sea conocido por nosotros como es en verdad. Pues si su Nombre de Padre es santificado en los corazones, eso quiere decir que llega su reino; si su reino llega, es que se cumple su voluntad; si su voluntad se cumple, es que tenemos en nuestros corazones lo necesario para no morir de hambre; si tenemos el pan, ese que más necesitamos, es que nos perdona nuestras faltas; y que, habiéndonos perdonado, ya no nos deja recaer. Ésta es la lógica profunda del Padrenuestro. Que tu Nombre sea santificado, que venga tu reino. Estas cosas deben ser formuladas en primer lugar, y todo el resto debe ser pedido por ello.

El carácter inefable del nombre de Dios

En la Sagrada Escritura el “nombre” designa la realidad del ser que lo lleva, su esencia más profunda, de tal modo que “conocer el nombre” de alguien es como conocer su secreto, casi como “poseerlo”, como ser dueño de él, puesto que su misterio está desvelado a mis ojos. Cuando Jacob, de regreso a Canaán, cruza el vado de Yabboq con sus mujeres, sus once hijos y todos sus rebaños y se queda solo, se pasa la noche luchando con Dios y, al rayar el alba “Jacob le preguntó: ‘Dime, por favor, tu nombre’ – “¿Para qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí mismo” (Gn 32,30). El hombre puede ser bendecido por Dios pero no puede conocer su nombre.

Cuando Moisés se encontró con Dios en la zarza ardiente, en el monte Horeb, y recibió la misión de sacar a los israelitas de Egipto, le preguntó a Dios cuál era su nombre. Y el Señor le respondió: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14). Esta respuesta es paradójica pues el Nombre así revelado, no es propiamente hablando un "nombre", puesto que no ofrece ninguna descripción de la esencia de Dios, sino que tan solo viene a decirnos que Dios es libre, que es Alguien y que la única manera de conocerlo es dejar que Él se manifieste. "Yo soy el que soy" o "Yo seré el que seré" (pues también se puede traducir así) expresan el rechazo divino a encerrarse en una idea que el hombre pueda manejar cómodamente: es la afirmación de la libertad divina, del carácter personal de Dios. Y del mismo modo que a las personas humanas sólo se las puede conocer a través del trato personal, así ocurrirá con Dios. La revelación del Nombre abre, así, un horizonte y una expectativa, remite a un futuro, a una historia, que culminará en Jesucristo, que nos dará a conocer el Nombre de Dios, tal como él mismo afirmó, la noche del jueves santo, orando al Padre: “Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer” (Jn 17,26). El nombre que Jesús nos dado a conocer es “Padre”, y por eso nuestra oración empieza con esta palabra (“Padre nuestro”). 

Sería una ingenuidad por parte nuestra creer que con el nombre de “Padre” ya conocemos el secreto de Dios. El propio Señor lo da a entender cuando dice “y se lo seguiré dando a conocer”. Pues el nombre de Dios es inefable, tal como recuerda Santo Tomás de Aquino: “Si pudiéramos conocer la esencia divina, tal cual es en sí, y darle el nombre que le conviene como propio, lo expresaríamos con un único nombre. Tal es la promesa hecha por el profeta (Za 14,9) a los que verán a Dios en su esencia: aquel día Yahveh será único y único será su nombre”. 

Y Jacques Maritain comenta: “No creas, sin embargo, pobre alma mía, que con este nombre de Padre, o el de Amor, o el de Bondad, la distancia entre Él y tú sea menos grande que con el nombre que está prohibido pronunciar. Porque escapa a toda inteligencia y su transcendencia le hace tanto más desconocido cuanto más le conoces. Es infinitamente mejor que todo otro ser, pero también y por eso mismo es totalmente diferente. Es Padre, infinitamente mejor padre de lo que pueda ser todo otro padre, pero también y por eso mismo es totalmente distinto. Te ama infinitamente mejor que pueda amar toda otra criatura, pero también y por eso mismo te ama de un modo totalmente distinto y como no puedes imaginar en absoluto”. 

El nombre de Dios y el nombre del hombre

“El hombre dio nombres a todos los cuadrúpedos, a todos los pájaros del aire y a todos los animales del campo; paro para Adán no se encontró ayuda de su especie” (Gn 2,20). El hombre acepta y reconoce la índole peculiar de los seres vivos, y la expresa en el nombre. Al comprender lo que es el animal, comprende que él mismo no es un animal, que es diferente de todo.

XVI Domingo del Tiempo Ordinario


17 de julio de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Señor, no pases de largo junto a tu siervo (Gén 18, 1-10a)
  • Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? (Sal 14)
  • El misterio escondido desde siglos, revelado ahora a los santos (Col 1, 24-28)
  • Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor (Lc 10, 38-42)
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Oración de San Efrén


Señor y Dueño de mi vida, 
no me abandones al espíritu 
de pereza, de desaliento, 
de dominación y de inútil palabrería. 

Hazme más bien la gracia, 
a mí tu servidor, 
del espíritu de castidad, de humildad, 
de paciencia y de caridad. 

¡Sí, mi Señor y mi Rey! 
Concédeme ver mis pecados 
y no condenar a mi hermano. 
Oh Tú que eres bendito 
por los siglos de los siglos. Amén. 

San Efrén el Sirio 

XV Domingo del Tiempo Ordinario


10 de julio de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo (Dt 30, 10-14)
  • Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón (Sal 68)
  • Todo fue creado por él y para él (Col 1, 15-20)
  • ¿Quién es mi prójimo? (Lc 10, 25-37)
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Los hijos

Mis tres virtudes, dice Dios, Señor de las tres virtudes,
no son sino como hombres y mujeres que habitan una casa terrena.

Y no son precisamente los niños los que trabajan
pero en realidad nadie trabaja sino por los hijos.

No es el niño el que va al campo,
el que siembra o recoge la cosecha,
ni el que sierra la madera para el invierno,
pero ¿iba a tener el padre el coraje par trabajar
si no tuviera hijos, si no fuera por sus hijos?

Ahora en el invierno,
cuando está trabajando de firme en el bosque,
cuando precisamente está en lo más duro de la tarea,
en pleno bosque helado,
en pleno invierno,
cuando sopla un cierzo áspero
que le traspasa los huesos y todos los miembros,
y está transido de frío y je castañetean los dientes,
y la escarcha le forma caramelos de hielo en la barba,
piensa de pronto en su mujer que se ha quedado en casa
y que es una buena mujer de su casa
y piensa en sus hijos que están tan tranquilitos en casa,
que juegan y se divierten en este instante al amor de la lumbre
y que quizá hasta estén pegándose los unos con los otros
para divertirse.

Está viendo a sus tres hijos: dos niños y una niña
de los cuales él es padre ante Dios.

Ve a su hijo mayor,
a su mocito que ha cumplido doce años en el mes de septiembre,
y al más pequeño que ha hecho siete años en el mes de junio.
De este modo la niña queda en medio de los dos muchachos,
como debe ser,
para que esté defendida en la vida por sus dos hermanos.

Está viendo desde el bosque a sus tres hijos,
que le sucederán y le sobrevivirán sobre la tierra,
que poseerán sus casas y sus tierras,
o por lo menos sus herramientas de trabajo,
si no hay tierras.
Porque si no hay casa ni tierras,
no las heredarán sus hijos,
eso es todo.
Él se pasó muy bien sin ellas para vivir.
y ellos harán como él: trabajarán.