Domingo. El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo


29 de mayo de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Sacó pan y vino (Gén 14, 18-20)
  • Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec (Sal 109)
  • Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor (1 Cor 11, 23-26)
  • Comieron todos y se saciaron (Lc 9, 11b-17)
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La belleza de la castidad


La castidad consiste en ajustar nuestra expresividad, las palabras y los gestos de nuestro cuerpo, a la verdad y al amor. Ser casto es no-mentir con los gestos del cuerpo y hacer que esos gestos sean gestos de amor. El pecado contra la castidad no consiste en la conculcación de un tabú, sino en vivir la relación con los otros ignorando su verdad, es decir, que son otros (alteridad) y que son un rostro y haciendo que ese acto que la Biblia llama “conocimiento” (“Adán conoció a Eva, y Eva quedó encinta”, cf. Gn 4,1) se produzca de manera ciega, ignorando la condición personal del otro, haciendo que el rostro se convierta en cuerpo, en vez de que todo el cuerpo se convierta en rostro.

La castidad comporta la unificación de todos los elementos y las fuerzas de la persona en el amor, la integración de las fuerzas caóticas de la vida, es decir, del universo pulsional, del mundo ciego del deseo, de lo que podríamos llamar el eros, en una relación personal. Gracias a la castidad, con la actitud de renuncia a la posesión que comporta, los otros van siendo para nosotros unos rostros, en vez de ser únicamente unos “cuerpos”. Entonces es posible el amor.

La castidad hace posible el verdadero amor que consiste en hacer alianza con el otro, es decir, en reconocer al otro en los términos que expresan su verdad en relación conmigo -como marido y mujer, o como padre e hijo, o como amigo, hermano, sacerdote, compañero, etc.- y decirle al otro que siempre podrá contar conmigo, que me encontrará siempre en los términos en los que hemos hecho alianza. Hay muchas formas de alianza, porque hay muchas formas de amor, pero en todas ellas es esencial la fidelidad, no el deseo. La castidad hace posible la alianza -el amor- porque “circuncida” el deseo, obligándolo a la verdad, es decir, a la realidad, y prohibiéndole la “posesión” del otro, porque el otro no debe ser nunca un objeto poseído sino un rostro con quien vivo en comunión, una persona con quien mantengo una alianza.

Si la castidad consiste en vivir al otro como persona, entonces implica descubrir al otro en la duración, descubrirlo como historia que se está haciendo, y no únicamente como posibilidad en el juego de la seducción y el instante erótico. Es aceptarlo con su pasado, que tal vez es doloroso, escuchar el relato de su infancia, la confesión de sus equivocaciones, la pena y la alegría de la lenta afirmación de sí mismo; y hacer todo esto sin ningún tipo de envidia ni de celos. Y no es solamente asumirlo con su pasado, sino hacerme responsable de él en su futuro, en su porvenir. Comprender al otro en su duración, asumirlo como historia, es también aprender a ser paciente, mientras que la pasión, el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos epidermis son impacientes por naturaleza. Y en contra de lo que se suele decir, no se trata de que “los dos se hagan uno”, sino que “cada uno se haga dos”, es decir, asuma la vocación del otro que es distinta de la suya.

“Un corazón casto es un corazón amante”, escribe un cartujo. La castidad es, en efecto, una cualidad de nuestro amor, su transparencia, su verdad, su fidelidad. Es la incandescencia del amor. Por eso es bella. Su belleza reside en que ella nos implanta en la verdad, en el amor y en la luz. Como todo lo bello es difícil, y requiere un esfuerzo de nuestra parte.

Domingo. La Santísima Trinidad.


22 de mayo de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Antes de comenzar la tierra, la sabiduría fue engendrada (Prov 8, 22-31)
  • Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Sal 8)
  • A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado con el Espíritu (Rom 5, 1-5)
  • Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará (Jn 16, 12-15)
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Conocer al otro con la mirada de Cristo

Cuando yo amo a alguien con el amor virginal con que Dios lo ama, su rostro deja de ser para mí únicamente un conjunto de rasgos y empieza a ser una abertura sobre aquello que desconozco: el misterio del ser personal del otro. 

Entonces la mirada deja de defenderse o de provocar o de intentar seducir para convertirse en el océano interior de una confianza, en la donación de una presencia. 

Conviene recordar la fórmula absolutamente admirable de san Macario el Grande (s. IV): “En el hombre que se santifica, todo el cuerpo se convierte en rostro y todo el rostro se convierte en mirada”. 

En el conocimiento cristiano, es decir, en el conocimiento que Cristo nos da de otra persona, tiene que haber, en un momento dado, lo que yo llamaría una discontinuidad: es el momento de la revelación, en el que Dios interviene para hacerme presentir al otro como un secreto que se abre sin dejar de ser secreto.

Conocer al otro con la mirada de Cristo es un acontecimiento, una gracia, que, al desarticular todo intento de dominio y posesión del otro, hace posible la comunión, capacitándonos para vivir como hermanos, caminando y trabajando juntos por el advenimiento del Reino de Dios.

Olivier Clément

Domingo de Pentecostés


15 de mayo de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar (Hch 2, 1-11)
  • Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (Sal 103)
  • Hemos sido bautizados en un mismo espíritu, para formar un solo cuerpo (1 Cor 12, 3b-7. 12-13)
  • Ven, Espíritu Divino (Secuencia)
  • Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo (Jn 20, 19-23)
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Vigilia de Pentecostés


14 de mayo de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Huesos secos traeré sobre vosotros espíritu, y viviréis (Ez 37, 1-14)
  • Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (Sal 103)
  • El Espíritu intercede con gemidos inefables (Rom 8, 22-27)
  • Manarán torrentes de agua viva (Jn 7, 37-39)
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Ven Espíritu Divino



Ven Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo, 
Padre amoroso del pobre, 
don en tus dones espléndido, 
luz que penetra en las almas, 
fuente del mayor consuelo. 

Ven, dulce huésped del alma, 
descanso de nuestro esfuerzo, 
tregua en el duro trabajo, 
brisa en las horas de fuego, 
gozo que enjuga las lágrimas 
y reconforta en los duelos. 

Entra hasta el fondo del alma, 
divina luz, y enriquécenos. 
Mira el vacío del hombre 
si Tú le faltas por dentro; 
mira el poder del pecado 
cuando no envías tu aliento. 

Riega la tierra en sequía, 
sana el corazón enfermo, 
lava las manchas, infunde 
calor de vida en el hielo, 
doma el espíritu indómito, 
guía al que tuerce el sendero. 

Reparte tus siete dones 
según la fe de tus siervos. 
Por tu bondad y tu gracia 
dale al esfuerzo su mérito. 
Salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. 
Amén. Alleluia. 

VII Domingo de Pascua. La Ascensión del Señor.


8 de mayo de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Lo vieron levantarse (Hch 1, 1-11)
  • Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas (Sal 46)
  • Lo sentó a su derecha en el cielo (Ef 1, 17-23)
  • Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo (Lc 24, 46-53)
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La soledad

Lázár decía que la civilización de la máquina también produce en serie la soledad humana. También decía que san Pafnucio en el desierto, en lo alto de la columna, con el pelo sucio de excrementos de pájaros, no estaba tan solo como los habitantes de una gran ciudad un domingo por la tarde, perdidos entre la multitud de los cafés o de los cines.

Muy pocos soportan la idea de que no hay remedio para la soledad de la existencia. La mayoría alimenta esperanzas, se agarra a lo que puede, busca refugio en las relaciones humanas, pero a sus intentos de fuga de la cárcel de la soledad no les pone verdadera pasión ni entrega, y entonces se refugia en mil ocupaciones falsas, trabaja de sol a sol o viaja sin parar, o compra una casa grande, o los favores de mujeres con las que no tiene nada que ver, o empieza una colección de abanicos, piedras preciosas o insectos raros… Pero no sirve de nada. Y mientras se afanan en todas esas maniobras son plenamente conscientes de que no sirven para nada. Y sin embargo siguen esperando, aunque ni siquiera saben qué esperan… Ya tienen claro que el dinero en cantidades cada vez más copiosas, la colección de insectos cada vez más completa, la nueva amante, el encuentro interesante, la velada perfecta y el aún más aplaudido garden party no sirven de nada… Por eso, en su tortura y su angustia, intentan por todos los medios mantener el orden. Cada momento de vigilia lo dedican a organizar su vida. Siempre tienen un “encargo” que hacer, unos documentos que tramitar, una reunión, una cita amorosa… ¡Cualquier cosa con tal de no quedarse solos ni un momento! ¡Con tal de no ver ni por un instante esa soledad! ¡Rápido unas personas! ¡O unos perros! ¡O tapices! ¡O acciones, o esculturas góticas, o amantes! Rápido, antes de que se descubra…