IV Domingo del Tiempo Ordinario


31 de enero de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Te nombré profeta de las naciones (Jer 1, 4-5. 17-19)
  • Mi boca cantará tu salvación, Señor (Sal 70)
  • Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor (1 Cor 12, 31-13, 13)
  • Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado solo a los judíos (Lc 4, 21-30)
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La reproducción artificial


¿Es hoy en día es posible “fabricar” hombres?

No es que sea posible fabricarlos sin contar con “materiales” humanos, tomados de otros hombres ya existentes. Es necesario utilizar gametos humanos, es decir, esas células capaces de unirse entre ellas y de dar lugar a un embrión humano que se llaman óvulos (de la mujer) y espermatozoides (del varón). Al menos los óvulos son, hoy por hoy, imprescindibles. Pero con estas células se pueden hacer mil combinaciones en el laboratorio para producir hombres según los deseos de sus productores. En este sentido hablamos de fabricar hombres: cuando los seres humanos son llamados a la existencia en un laboratorio por medios técnicos.

Hay tres modos básicamente distintos de fabricar seres humanos: (1) reproduciendo de modo artificial, en un recipiente del laboratorio, el proceso de fecundación que tiene lugar naturalmente en el cuerpo de la madre (fecundación in vitro), (2) manipulando los gametos de diversas maneras de modo que se consiga la fecundación dentro del cuerpo de la madre (técnicas ‘intracorpóreas’: inseminaciones y transferencias de gametos) y (3) imitando el modo en el que se reproducen algunas plantas y animales inferiores, que se multiplican sin que sea necesaria la aportación de los gametos de los dos sexos (clonación). 

La fecundación in vitro se puede hacer de diferentes maneras pero, hágase como se haga, tiene como finalidad fecundar un óvulo que, una vez fecundado, será implantado en el útero de una mujer para que dé comienzo el proceso de gestación. Puede ser homóloga u heteróloga. En el segundo caso se recurre a una persona extraña al matrimonio, que aporta sus propios gametos y que, al menos en España, la Ley civil protege con el anonimato, de modo que el hijo que surgirá no podrá conocer nunca la identidad de uno de sus padres biológicos.

La clonación se puede hacer por fisión gemelar, que consiste en provocar artificialmente lo que se produce de modo natural cuando de un óvulo fecundado provienen dos o más individuos gemelos, o por transferencia nuclear, que consiste en extraer el núcleo a un óvulo fecundado y, en su lugar, implantar el núcleo de una célula somática (no germinal) tomada del cuerpo de un adulto de la misma especie. Así se ha producido a la célebre oveja Dolly (1997), genéticamente idéntica al adulto que aportó el núcleo transferido.


El principio moral fundamental 


¿Cuál es el criterio moral con el que la Iglesia juzga y valora todas estas técnicas? El principio ético fundamental con el que la Iglesia contempla todas estas cuestiones es que a cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona. Lo expresó en la Instrucción Donum vitae, de la Congregación para la doctrina de la fe, de 1988: “El fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente le derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida” (Donum vitae I, 1). La razón fundamental de esta afirmación es que no existe ningún indicador que nos permite afirmar que hay un cambio de naturaleza entre el óvulo fecundado y el individuo humano que nace de él (cf. Dignitas personae 5).

La manera de llamar a un ser humano a la existencia tiene que ser acorde con la dignidad de la persona humana, que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) y que está llamada a participar de la naturaleza divina (2Pe 1,4) llegando a ser hijos de Dios (Jn 1,12). Por lo tanto no se puede, moralmente hablando, llamar a un hombre a la existencia, como se llama a la existencia a una casa, a un barco, a un coche, a cualquier objeto de producción industrial. Los hombres no “se hacen” como se hacen los diferentes objetos que produce el hombre. El ser humano no es “producido” sino “procreado”, porque el ser humano no es un objeto sino un misterio, como comprenden todos los padres en cuanto contemplan a su hijo recién nacido: inmediatamente perciben que, aunque su hijo ha venido a través de ellos, en realidad, viene de más allá de ellos porque esa criaturita no es la simple suma de ellos dos sino que es verdaderamente otro, es un ser personal.

El abrazo conyugal es el único camino adecuado para llamar a un ser humano a la existencia, porque sólo él está dotado del carácter personal necesario para que el niño que viene a la vida sea tratado, ya desde su origen mismo, conforme a lo que él es: una persona humana indisponible y no un objeto a disposición de nadie. La naturaleza personal de todo ser humano exige que los niños sean procreados por actos cuya naturaleza sea íntegramente personal. Cuando en vez de procrear niños de esta manera, se “producen” mediante técnicas de reproducción artificial, se obra injustamente con esos niños, porque se les niega algo elemental que le es debido: ser tratados como personas, como hijos, no como objetos, ya en el mismo modo y manera de ser llamados a la vida. 

III Domingo del Tiempo Ordinario


24 de enero de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Leían el libro de la Ley, explicando el sentido (Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10)
  • Tus palabras, Señor, son espíritu y vida (Sal 18)
  • Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro (1 Cor 12, 12-30)
  • Hoy se ha cumplido esta Escritura (Lc 1, 1-4; 4, 14-21)
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No pedimos que nos des cosa distinta de ti

No pedimos que nos des cosa distinta de ti. Porque tú eres todo lo nuestro: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios. Infunde en nuestros corazones, Jesús querido, el soplo de tu Espíritu e inflama nuestras almas en tu amor, de modo que cada uno de nosotros pueda decir con verdad: “Muéstrame al amado de mi alma, porque estoy herido de amor”.

Que no falten en mí esas heridas, Señor. Dichosa el alma que está así herida de amor. Ésa va en busca de la fuente. Ésa va a beber. Y, por más que bebe, siempre tiene sed. Siempre sorbe con ansia, porque siempre bebe con sed. Y, así, siempre va buscando con amor, porque halla la salud en las mismas heridas. Que se digne dejar impresas en lo más íntimo de nuestras almas esas saludables heridas el compasivo y bienhechor médico de nuestras almas, nuestro Dios y Señor Jesucristo, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

San Columbano

II Domingo del Tiempo Ordinario


17 de enero de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • La alegría que encuentra el esposo con su esposa, la encontrará tu Dios contigo (Is 62, 1-5)
  • Contad las maravillas del Señor a todas las naciones (Sal 95)
  • El mismo y único Espíritu reparte a cada uno como a él le parece (1 Cor 12, 4-11)
  • En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos (Jn 2, 1-11)
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Las palabras y el silencio

Quien estuvo en un gueto, en un campo de concentración y en los bosques conoce el silencio de su cuerpo. En la guerra no se discute, no se agudizan las diferencias de opinión. La guerra es un invernadero para la atención y el silencio. El hambre de pan, la sed de agua, el miedo a la muerte convierten las palabras en algo superfluo. En realidad no hay necesidad de ellas. En el gueto y en el campo de concentración sólo las personas que habían perdido el juicio hablaban, daban explicaciones e intentaban convencer. La gente cuerda no hablaba.

Fue entonces cuando desarrollé mi desconfianza hacia las palabras. Una corriente fluida de vocablos despierta en mí desconfianza. Prefiero el tartamudeo: en él noto la fricción y la intranquilidad, el esfuerzo por depurar las palabras de residuos, el deseo de ofrecerte algo interior. Las frases lisas y fluidas me producen un sentimiento de falta de limpieza, de un orden que oculta el vacío.

Ese viejo principio que dice que al hombre se le juzga por sus obras cobra un doble significado en época de guerra. En los días del gueto y en los campos de concentración vi a gente culta, entre ellos médicos y abogados de renombre, que por un trozo de pan eran capaces de matar; pero, al mismo tiempo, también vi a gente que sabía renunciar, dar, anularse y morir sin haber hecho mal a nadie. La guerra reveló no sólo el carácter, sino también un elemento primordial en el ser humano, y ese elemento, por consiguiente, no era solamente oscuridad. Los egoístas y los malvados dejaron en mí miedo y repugnancia; los generosos, en cambio, el calor de su generosidad, y cuando los recuerdo me envuelve la vergüenza de no poseer ni siquiera un poquito de su virtud.
Durante la guerra vimos cuánto valían las ideologías. Comunistas que predicaban en las plazas igualdad y amor al prójimo se convirtieron, en momentos difíciles, en bestias humanas, pero hubo también comunistas cuya fe en el hombre se purificó de tal modo que al verlos parecían creyentes. Todas sus acciones eran abnegadas. Esto se manifestó también en las personas religiosas. Hubo judíos observantes a los que la guerra convirtió en materialistas y egoístas, y hubo quienes elevaron los preceptos a una esfera luminosa.

En la época de la guerra no hablaban las palabras, sino los rostros y las manos. Por el semblante aprendías hasta qué punto el hombre que tenías a tu lado quería ayudarte o te causaría daño. Las palabras no ayudaban a comprender. Los sentidos eran lo que te transmitía la información correcta. El hambre nos hace retornar a los instintos, al lenguaje que antecede a las palabras. La mano que te ofreció un trozo de pan o un trago de agua cuando caíste de rodillas a causa de la debilidad, aquella mano no la olvidarás nunca.

El Bautismo del Señor


10 de enero de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Mirad a mi siervo, a quien prefiero (Is 42, 1-4. 6-7)
  • El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
  • Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
  • Jesús se bautizó. Mientras oraba, se abrió el cielo (Lc 3, 15-16. 21-22)
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Epifanía del Señor


6 de enero de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • La Gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60, 1-6)
  • Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra (Sal 71)
  • Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos de la promesa (Ef 3, 2-3a. 5-6)
  • Venimos de Oriente a adorar al Rey (Mt 2, 1-12)
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Domingo II después de Navidad


3 de enero de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido (Eclo 24, 1-2. 8-12)
  • La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros (Sal 147)
  • Nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos (Ef 1, 3-6. 15-18)
  • La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros (Jn 1, 1-18)
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