Santa María, Madre de Dios


1 de enero de 2017
(Ciclo A - Año Impar)






  • Invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré (Núm 6, 22-27)
  • Que Dios tenga piedad y nos bendiga (Sal 66)
  • Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gál 4, 4-7)
  • Encontraron a María y a José y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 16-21)
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Sagrada Familia: Jesús, María y José


30 de diciembre de 2016
(Ciclo A - Año Impar)






  • Quien teme al Señor honrará a sus padres (Eclo 3, 2-6. 12-14)
  • Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos (Sal 127)
  • La vida de familia en el Señor (Col 3, 12-21)
  • Toma al niño y a su madre y huye a Egipto (Mt 2, 13-15. 19-23)
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El misterio del templo en la historia de la salvación

Catequesis parroquial nº 135

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 21 de diciembre de 2016

Para escuchar la charla en ivoox, pulse aquí: http://www.ivoox.com/15442552

Para escuchar la charla en YouTube, pulse aquí: 

Natividad del Señor (Misa a medianoche)


25 de diciembre de 2016
(Ciclo A - Año Impar)






  • Un hijo se nos ha dado (Is 9, 1-3. 5-6)
  • Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor (Sal 95)
  • Ha aparecido la gracia de Dios a todos los hombres (Tit 2, 11-14)
  • Hoy nos ha nacido un Salvador (Lc 2, 1-14)
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No nos dejes caer en la tentación


INTRODUCCIÓN

Al hacer todas las peticiones anteriores del padrenuestro tenemos la sensación de estar pidiendo cosas luminosas, de estar entrando en un reino de luz; sin embargo, al hacer esta petición, tenemos la sensación de que algo turbador asoma por el horizonte. Ese algo turbador es, en efecto, la tentación, es decir, aquella propuesta que nos incita a obrar el mal, a entregarnos a los poderes del mal y secundarlos (Guardini).

NO ES LO MISMO “TENTACIÓN” QUE “PRUEBA”

La palabra sombría de esta petición es la palabra “tentación”. La tentación es la incitación al mal, el deseo, el gusto, la tendencia, la complacencia en hacer el mal. No es lo mismo “tentación” que “prueba”. “Tentación” significa inducción al mal, y por lo tanto Dios no tienta nunca a nadie: “Que el cielo nos preserve de creer que Dios pueda tentarnos” (Tertuliano) (cf. Si 15, 11-12). “Prueba”, en cambio, significa una situación dura, difícil de soportar y de llevar bien. La prueba es un terreno propicio a la tentación, pero no es una tentación. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «el Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf. Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2Tm 3,12) en orden a una “virtud probada” (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf. St 1, 14-15)» (CEC 2847). 

La vida humana de todo hombre en la tierra es una prueba, como afirma el libro de Job: “¿No es prueba la vida del hombre sobre la tierra?” (Jb 7, 1). Y aunque la prueba no sea de por sí una tentación, es ciertamente un terreno propicio para las tentaciones, pues, a causa del pecado original, hay en nosotros una inclinación muy fuerte al pecado, la concupiscencia, que domina, según dice san Juan, “todo lo que hay en el mundo: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas” (1Jn 2, 16). Estas tres concupiscencias están en el corazón de cada hombre y por eso san Agustín afirma: “Por el bautismo, quedaréis libres de todos vuestros pecados, pero quedarán con vosotros todas las concupiscencias, contra las cuales debéis combatir. Queda el conflicto dentro de vosotros mismos”. Y ese conflicto hace que, mientras andamos por la tierra revestidos de la carne que “milita contra el espíritu” (Ga 5, 12), cuyo “apetito es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de Dios” (Rm 8, 7), no podamos escapar de la condición de ser tentados y de los sufrimientos que ello comporta. Por eso dice san Pablo: “Por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22).

IV Domingo de Adviento


18 de diciembre de 2016
(Ciclo A - Año Impar)






  • Mirad: la virgen está encinta (Is 7, 10-14)
  • Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria (Sal 23)
  • Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios (Rom 1, 1-7)
  • Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David (Mt 1, 18-24)
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Alabanza a María

Salve maría,
llena de gracia
más santa que los santos,
más elevada que los cielos,
más gloriosa que los querubines,
más digna de honor que los serafines,
más venerable que toda criatura.

Salve Paloma
que nos traes
el ramo de olivo
que nos anuncia 
a Aquel que nos libra
del diluvio espiritual
y nos conduce al puerto de salvación.


San Germán de Constantinopla

III Domingo de Adviento


11 de diciembre de 2016
(Ciclo A - Año Impar)






  • Dios viene en persona y os salvará (Is 35, 1-6a. 10)
  • Ven, Señor, a salvarnos (Sal 145)
  • Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca (Sant 5, 7-10)
  • ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? (Mt 11, 2-11)
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La Inmaculada Concepción


8 de diciembre de 2016
(Ciclo A - Año Impar)






  • Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer (Gén 3, 9-15. 20)
  • Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas (Sal 97)
  • Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo (Ef 1, 3-6. 11-12)
  • Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1, 26-38)
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La santidad en el infierno


(La autora de estas reflexiones es una mujer judía, de familia acomodada y no practicante, que creció en el ateísmo. En 1944 se encontraba estudiando derecho en Grenoble, donde se había refugiado para intentar escapar de la Gestapo. El 26 de febrero de 1944 tuvo una inesperada revelación de Dios. A los quince días fue detenida por la Gestapo y deportada al campo de exterminio de Auschwitz. Consiguió sobrevivir y cuando regresó a Francia en septiembre de 1945 entabló relación con el sacerdote suizo Charles Journet que la bautizó el 2 de febrero de 1946. Su relato nos permite escuchar una voz creyente que habla desde el infierno de un campo de exterminio.)

Las condiciones de vida devastaban física y psíquicamente a las personas, las hacían seres insensibles, sumarios, brutales; pero la devastación de los corazones provenía de la reacción ante la muerte. Los seres se perdían en la medida en que el pánico de la muerte los precipitaba hacia la oportunidad de vivir, como hacia la salida de una sala que arde (…) Cuanto más se abalanzaban así sobre la vida, a cualquier precio, más se perdían, más se vaciaban de lo humano, más se alteraban, más se convertían en el habitáculo de una bestia inmunda y voraz, y más se hacía en nosotros una noche, incluso sobre los sentimientos que creíamos más inalterables. No quedaba más que esta noche opaca en la que los seres sólo escuchaban el vientre repugnante de esa bestia que no quiere morir.

La selección era una invención satánica, obra de un espíritu demoníaco. Consistía en hacer desfilar a los Judíos desnudos delante del médico de las SS que, sin ningún dossier médico ni ningún criterio, designaba a los que al cabo de una semana iban a ser conducidos a la cámara de gas. La selección es un hecho único en la historia. Menguele y los otros médicos seleccionadores se erguían, ebrios de sí mismos, queriendo quitar a Dios su libertad, embriagados por ejercer esa libertad contra toda lógica. Elegían sin criterio por la alegría de elegir. El universo de su placer consistía en aterrorizarnos y en hacer que nos odiáramos mutuamente: “Tú estás delgada y llena de granos, tú deberías morir y no yo”. Quizá aquel día habían designado a las más gruesas para morir. No seguían ningún criterio para dejarnos en el pánico y el odio. Debíamos pertenecer al médico seleccionador: cuerpos para quemar y almas para estropear. Nos hacían oscilar en el sinsentido, el vacío y la desesperación. Gozaban de vernos como condenados que nos vigilábamos unos a otros para ver quién escapaba de la selección. Estábamos como suspendidos en un mundo carente de toda necesidad, el mundo de la contingencia. Esos ojos del demonio, esas miradas gélidas, yo no podría volver a verlas una segunda vez.

Pero también estaban las que tenían un alma sana y sabían aceptar lo inevitable con desprendimiento y serenidad. Cuanto más se desprendían de la vida presente y consentían a la muerte, más preservados estaban interiormente y más eran semejantes a sí mismos, más eran. En Birkenau el individuo empezaba a nacer en el momento en que aceptaba la muerte. Una mujer, que destacaba por su belleza, me dijo: “¿Pero tú crees que ellos pueden verdaderamente algo?” ¡Su risa era tan ligera que siempre la escucharé! Acababa de decir la única palabra sabia que yo escuché en el campo. ¡En efecto, ellos no podían nada! Toda esa sanguinaria y grotesca maquinaria de gran guiñol no podía nada. Todo su poder procedía de la vileza de nuestros corazones.

II Domingo de Adviento


4 de diciembre de 2016
(Ciclo A - Año Impar)






  • Juzgará a los pobres con justicia (Is 11, 1-10)
  • Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente (Sal 71)
  • Cristo salva a todos los hombres (Rom 15, 4-9)
  • Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos (Mt 3, 1-12)
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Rogar a Dios por vivos y difuntos


“Guardar amorosamente memoria de los difuntos es la obra del amor más desinteresado, libre y fiel de todos” (Sören Kierkegaard)

“Lo único que podemos hacer es rezar”. Esta frase la decimos o la pensamos con mucha más frecuencia de lo que parece: expresa nuestra constatación de la impotencia en la que nos encontramos para resolver de manera satisfactoria una situación humana. Lo cual ocurre cuando, por ejemplo, nos encontramos “bloqueados” para hablar con una persona, cuando dialogar con ella nos resulta psicológicamente casi imposible. Cosa que sucede en multitud de situaciones familiares, laborales, vecinales, políticas etc., como los sacerdotes sabemos muy bien. Entonces los sacerdotes decimos: reza por esa persona, pídele al Señor que la bendiga. Porque orar por alguien es ya empezar a amarlo: “Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo” (responsorio de las segundas vísperas del oficio del común de pastores). 

I Domingo de Adviento


27 de noviembre de 2016
(Ciclo A - Año Impar)






  • El Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del reino de Dios (Is 2, 1-5)
  • Vamos alegres a la casa del Señor (Sal 121)
  • Nuestra salvación está cerca (Rom 13, 11-14)
  • Estad en vela para estar preparados (Mt 24, 34-44)
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Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden


Sentido general de esta petición

Mt 6, 12: “y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”

Lc 11, 4: “Y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. Lucas interpreta con exactitud las “deudas” de Mt, conservando con todo en el verso siguiente el aspecto jurídico de Mt (“a todo el que nos debe”).

“Ofensas” o “deudas”, es lo mismo bajo nombres distintos, tal como explican los Padres de la Iglesia: “Es claro que el Señor llama deudas a los pecados. En consecuencia, no da aquí una orden obligando a perdonar a los deudores las deudas pecuniarias, sino todas aquellas cosas en que alguno nos hubiere ofendido. De lo cual también se deduce que esta quinta petición, en la que decimos “perdónanos nuestras deudas”, no se refiere al dinero precisamente, sino a que perdonemos todas aquellas cosas en que alguno peca contra nosotros, incluso en materia pecuniaria. Por consiguiente, es necesario confesar que debemos perdonar todos los pecados, que contra nosotros se cometen, si queremos que sean perdonados por el Padre celestial los que nosotros contra él hemos cometido”, enseña san Agustín. 

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf. Lc 18, 13). Nuestra petición comienza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef, 1, 7)» (CEC 2839).

Necesitamos ser perdonados

“Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros. Mas, si reconociéramos nuestros pecados, el Señor es leal y justo para perdonarnos los pecados” (1Jn 1, 8-9).

“Ciertamente no puede suceder que, estando en esta vida día y noche, no se tenga deuda alguna” afirma Orígenes. Pues aunque no tenga conciencia de haber cometido “pecado”, el discípulo, no obstante, debe tomar conciencia de su “estado de pecado” y de su deuda. Debe darse cuenta día tras día de que no ha realizado plenamente su vocación personal. Todos los días debe confrontar su estado con las exigencias de esta vocación, que no le deja un momento de reposo.

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo.


20 de noviembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Ungieron a David como rey de Israel (2 Sam 5, 1-3)
  • Vamos alegres a la casa del Señor (Sal 121)
  • Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido (Col 1, 12-20)
  • Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino (Lc 23, 35-43)
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Para pedir la misericordia

Oh Señor, deseo transformarme toda en tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti. Que este supremo atributo de Dios, es decir, su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo, y acuda a ayudarle.

Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mi prójimo, sino que tenga una palabra de perdón y consuelo para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer solo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.

Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí (…).

Oh, Jesús, transfórmame en Ti, pues Tú lo puedes todo.

Amén.



XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario


13 de noviembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Os iluminará un sol de justicia (Mal 3, 19-20a)
  • El Señor llega para regir los pueblos con rectitud (Sal 97)
  • El que no trabaja, que no coma (2 Tes 3, 7-12)
  • Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas (Lc 21, 5-19)
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Hombre y mujer

(El texto presenta las reflexiones de Iván Grigórievich, quien desde su juventud fue internado en distintos campos de trabajo, y ahora, con la muerte de Stalin, acaba de recobrar la libertad. No tiene apenas familia y está trabajando en una ciudad, habitando como huésped en casa de Anna Serguéyevna, una mujer viuda, madre de un hijo, antigua militante comunista, ahora arrepentida de todas las tropelías cometidas contra los campesinos en nombre de la revolución)

Escuchaba a Anna Serguéyevna y la miraba. De ella emanaba una dulce luz de bondad, de feminidad. Había estado décadas sin ver a ninguna mujer, pero durante muchos años había escuchado las infinitas historias que se explicaban en los barracones: historias sangrientas, tristes, sucias. La mujer, en esos relatos era a veces un ser bajo, inferior a los animales, y otras un ser puro, sublime, superior a las santas. Pero para los detenidos la idea constante de la mujer era tan imprescindible como las raciones de pan; estaba siempre presente en sus conversaciones, en sus visiones, en sus sueños puros o turbios. 

Lo cierto es que era extraño -porque, después de su liberación, había visto a mujeres bellas y elegantes en las calles de Moscú y de Leningrado, y se había sentado a la mesa con María Pávlovna, una hermosa mujer de cabello cano-, pero ni el dolor que le había invadido cuando se había enterado de que el amor de su juventud le había traicionado, ni el encanto de la belleza y la elegancia femenina, ni la atmósfera íntima y acogedora de la casa de María Pávlovna, habían suscitado en él ese sentimiento que experimentaba escuchando a Anna Serguéyevna, mirando sus ojos tristes, su dulce cara marchita y a la vez juvenil. Y al mismo tiempo no había nada extraño en ello. No podía ser extraño aquello que sucede siempre, desde hace miles de años, entre hombre y mujer. 

Hay una fuerza satánica en prohibir, en reprimir. La prohibición que en el campo separa a los hombres de las mujeres deforma sus cuerpos y sus almas. Todo en la mujer -su ternura, su entrega, su pasión, su instinto maternal- es el pan y el agua de la vida. Y todo esto nace en ella porque en el mundo hay maridos, hijos, padres, hermanos. Y lo que colma la vida de los hombres es la existencia de mujeres, madres, hijas, hermanas.

Pero he aquí que se introduce en la vida la fuerza de la prohibición. Y todo lo que hay sencillo y bueno -el pan y el agua de la vida- revela de repente su vil maldad y su tenebrosidad. Como por obra de un hechizo, la violencia y la prohibición transforman ineludiblemente todo lo bueno en malo en el interior del hombre. 

Pero al mismo tiempo, los hombres de los campos conservaban su amor por sus mujeres y sus madres; mientras, las novias “por correspondencia” -que nunca habían visto ni verían a sus novios escogidos por carta de otros campos- estaban dispuestas a soportar cualquier tortura para seguir siendo fieles a su elegido desafortunado, para creer en aquella ficción imaginaria. 

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario


6 de noviembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • El rey del universo nos resucitará para una vida eterna (2 Mac 7, 1-2. 9-14)
  • Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor (Sal 16)
  • El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas (2 Tes 2, 16-3,5)
  • No es Dios de muertos, sino de vivos (Lc 20, 27-38)
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Dedicación del Templo

Catequesis parroquial nº 134

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 26 de octubre de 2016

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Todos los Santos


1 de noviembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (Ap 7, 2-4. 9-14)
  • Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor (Sal 23)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-3)
  • Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 1-12a)
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XXXI Domingo del Tiempo Ordinario


30 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres (Sab 11, 22-12, 2)
  • Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey (Sal 144)
  • Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él (2 Tes 1, 11-2, 2)
  • El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10)
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Enterrar a los muertos


La dignidad del cuerpo de todo hombre radica en el hecho de que el cuerpo es el campo expresivo de la persona que cada hombre es, el instrumento de la presencia personal del hombre. El cuerpo del hombre nunca ha sido un “pedazo de carne”, sino que siempre ha sido “la carne de una persona”, la “visibilidad del alma, pues la realidad del cuerpo es el alma” (Schneider, citado por Ratzinger), el lugar en el mundo donde hemos podido encontrar, visualizar, escuchar, tocar, ese misterio insondable que es cada hombre. Por eso la materia que queda después de la muerte –el cadáver- no debe ser tratada como un trozo de materia más, sino que se la distingue con la sepultura, que es el último reconocimiento, en el tiempo y en el mundo, de la unicidad y singularidad de cada persona, del misterio personal que cada persona es.

“Enterrar a los muertos” es una obra de misericordia porque nace de la conmoción (rajamim) por el misterio de cada persona, a la que le otorga un último reconocimiento por el que se proclama su unicidad irrepetible, el hecho de que lo que ahí depositamos nunca fue solamente un fragmento del mundo (aunque estuviera sometido a las leyes de la naturaleza, que finalmente lo han conducido a la muerte), sino que perteneció a un ser personal, es decir, a alguien que, estando en el mundo, “no es del mundo”, porque con su apertura a la Verdad, al Bien y a la Belleza, transcendió siempre el mundo en el que estaba. Ese último reconocimiento consiste en enterrarle y en escribir su nombre sobre la tumba.

XXX Domingo del Tiempo Ordinario


23 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Los gritos del pobre atraviesan las nubes (Eclo 35, 12-14. 16-18)
  • Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha (Sal 33)
  • Ahora me aguarda la corona merecida (2 Tim 4, 6-8. 16-18)
  • El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no (Lc 18, 9-14)
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Danos hoy nuestro pan de cada día


LA DIFICULTAD ACTUAL DE HACER ESTA PETICIÓN

Quizá sea ésta la petición del padrenuestro más difícil de hacer para nosotros. Porque esta petición nos enseña que nuestra vida ha de estar construida en la súplica, en la concesión y en la acción de gracias; y eso no es fácil de entender para nosotros, los hombres actuales, que somos hijos de la modernidad. 

La imagen del mundo de la Sagrada Escritura, desde la que habla Jesús, ve el mundo, sencillamente, en la mano de Dios. No sabe nada de leyes naturales, sino que lo que ocurre procede directamente de la iniciativa divina. Cuando llueve, es él quien bendice los campos. Cuando los animales reciben su alimento, es él quien se lo da. Si a un hombre le ocurre algo dificultoso, es una prueba del Señor del mundo. Si le va bien, es que él lo ha dispuesto así.

Pero luego el mundo se distanció de ese modo inmediato de comprenderse a sí mismo. Se formó el concepto de ley natural, el mundo se volvió un conjunto de cadenas de causalidad que se desarrollaban por sí. Ahora se había vuelto mucho más difícil decir que Dios daba lo que, según la continua experiencia, provenía de las relaciones del mundo. El mundo fue declarado “autárquico”, suficiente para sí, y el hombre, “autónomo”, señor de sí mismo y del mundo.

Con eso la petición perdió su obviedad. En lugar de la petición humana y de la concesión divina, apareció el concepto moderno de trabajo, cuyo esfuerzo produce su resultado en una proporción calculable en cada caso. Ahora ya no parecía quedar lugar para la súplica. Y con esto desapareció algo más: la gratitud. Entonces la vida se tornó dura, íntimamente dura, como no puede menos de ser cuando se trata de derecho y de cálculo. Y penetró en ella una profunda falsedad, porque al subrayar el aspecto de esfuerzo, de planificación y éxito, se olvidó que la condición inicial de la vida incipiente -como se ve en la vida del niño- es la de un cuidado y una donación que se recibe gratuitamente y que realizan sus padres. Antes de que trabajemos hemos recibido el poder absoluto de trabajar y de lograr algo, que se nos ha dado por gracia. El intento de los totalitarismos de fundar la moralidad humana en el trabajo como fuente de nuestra existencia (Arbeit macht frei) es falso, tan falso como el concepto de éxito como única medida del valor humano. En realidad lo que sostiene la existencia es, en lo más hondo, donación y agradecimiento.


EL SENTIDO DE ESTA PETICIÓN

El que le pidamos a Dios nuestro pan, no significa que renunciemos al trabajo y que pretendamos que Dios nos envía directamente desde el cielo el alimento. «”Ora et labora” (cf. San Benito, reg. 20; 48). “Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros”» (CEC 2834).

El que el Señor nos haya mandado pedir “el pan”, nos recuerda nuestra condición creatural, esta “pasividad radical” por la que “hemos recibido” el ser (no nos lo hemos dado). Eso significa que nuestro ser es un don, es una gracia, y que tenemos una fragilidad que nos constituye: del mismo modo que no nos hemos dado el ser a nosotros mismos, tampoco podemos asegurarnos nosotros solos “el pan” que necesitamos para mantenerlo, para seguir siendo. 


XXIX Domingo del Tiempo Ordinario


16 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel (Éx 17, 8-13)
  • El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra (Sal 120)
  • El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena (2 Tim 3, 14-4,2)
  • Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan (Lc 18, 1-8)
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Beata Isabel de la Trinidad

¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi Inmutable, sino que cada momento me sumerja más íntimamente en la profundidad de tu misterio.

Pacifica mi alma; haz de ella tu cielo, tu morada predilecta, el lugar de tu descanso. Que nunca te deje allí solo sino que permanezca totalmente contigo, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a tu acción creadora.

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para tu corazón; quisiera cubrirte de gloria; quisiera amarte… hasta morir de amor. Pero reconozco mi impotencia. Por eso te pido ser “revestida de Ti mismo”, identificar mi alma con todos los sentimientos de tu alma, sumergirme en Ti, ser invadida por Ti, ser sustituida por Ti para que mi vida sea solamente una irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote; quiero ser un alma atenta siempre a tus enseñanzas para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero mantener mi mirada fija en Ti y permanecer bajo tu luz infinita.

¡Oh mi Astro querido! Fascíname de tal modo que ya no pueda salir de tu irradiación divina.

¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Ven a mí para que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo. Quiero ser para Él una humanidad suplementaria donde renueve todo su misterio.

Y Tú, oh Padre, protege a tu pobre criatura, “cúbrela con tu sombra”, contempla solamente en ella al “Amado en quien has puesto todas tus complacencias”.

¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Vosotros como víctima. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vosotros hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

Beata Isabel de la Trinidad

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XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario


9 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Volvió Naamán al profeta y alabó al Señor (2 Re 5, 14-17)
  • El Señor revela a las naciones su salvación (Sal 97)
  • Si perseveramos, reinaremos con Cristo (2 Tim 2, 8-13)
  • ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? (Lc 17, 11-19)
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La felicidad

(El contexto de este diálogo es el siguiente: en la Francia ocupada y derrotada por el ejército alemán, durante la segunda guerra mundial, un teniente está “alojado” en una de las mejores casas del pueblo: la de la familia Angellier. En ella habitan la viuda Sra. Angellier, madre de un hijo que ha sido hecho prisionero por los alemanes, y la esposa de éste, Lucile, que se casó con él siguiendo el consejo de su padre que creía que ese hombre sería un buen marido para ella. Él, sin embargo, le es infiel con una modista de Dijon, cosa que ella no ignora. La autora se complace en hacer ver los sentimientos contradictorios que una presencia estable de los soldados alemanes suscita en la población, que ve en ellos a unos chicos jóvenes, muchos de ellos cultos y muy educados, y al mismo tiempo a aquellos que los han separado de sus maridos y de sus hijos, muertos en las batallas o hechos prisioneros y trasladados a Alemania. El diálogo transcurre un día en el que la suegra de Lucile está ausente; la casa está vacía y una terrible tormenta se abate sobre el lugar).

El teniente se sentó al piano. La estufa crepitaba suavemente, difundiendo un agradable calorcillo y un grato olor a humo y castañas asadas. Las gotas de lluvia resbalaban por los cristales como gruesas lágrimas. La casa estaba silenciosa y vacía, pues la cocinera había ido a vísperas.

Lucile reconocía algunos fragmentos.

- Es Bach, ¿verdad? ¿Mozart? –preguntó tímidamente.

- ¿Toca usted también?

- ¡No, no! Antes de casarme tocaba un poco, pero ya se me ha olvidado. No obstante, me gusta la música. ¡Tiene usted mucho talento, teniente!

Él la miró muy serio.

- Sí, creo que tengo talento –murmuró con una tristeza que la sorprendió, y arrancó al teclado una serie de rápidos y juguetones arpegios-. Ahora escuche esto –dijo, y sin dejar de tocar, siguió hablando en voz baja-: Esto es el tiempo de la paz, la risa de las chicas, los alegres sonidos de la primavera, el vuelo de las primeras golondrinas que regresan del sur… Estamos en un pueblo de Alemania, en marzo, cuando la nieve apenas ha empezado a fundirse. Éste es el ruido que hace la nieve cayendo en las viejas calles del pueblo. Y ahora la paz ha acabado… Los tambores, los camiones, el paso de los soldados… ¿Los oye? ¿Los oye? Esas pisadas lentas, sordas, inexorables… Un pueblo en marcha… El soldado está perdido entre los demás… Aquí entrará un coro, una especie de cántico religioso, que todavía no está terminado. ¡Ahora escuche! Es la batalla…

La música era grave, profunda, terrible…

- ¡Oh, qué hermoso! –murmuró Lucile, arrobada-. ¡Qué hermoso!

- El soldado muere, pero antes de morir oye de nuevo ese coro, que ya no viene de este mundo, sino de la milicia de los ángeles… Algo así, escuche… Tiene que ser suave y vibrante a la vez. ¿Oye usted las trompetas celestiales? ¿Oye el clamor de esos metales que derriban las murallas? Pero todo se aleja, se debilita, cesa, desaparece… El soldado ha muerto.

Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz



El 25 de noviembre de 2003,  pudimos acoger en nuestra parroquia las reliquias de Santa Teresita que estaban peregrinando por España. 

 

Ahora tenemos la alegría de que la escultura de Teresita, hecha por Arturo Serra, forme parte de nuestra parroquia que quiere tanto a esta santa. La imagen ha sido bendecida por el párroco D. Fernando Colomer Ferrándiz.

Parroquia San León Magno (Murcia)
1 de octubre de 2016

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario


2 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • El justo vivirá por su fe (Hab 1, 2-3; 2, 2-4)
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 94)
  • No te avergüences del testimonio de nuestro Señor (2 Tim 1, 6-8. 13-14)
  • ¡Si tuvierais fe...! (Lc 17, 5-10)
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Mortificación y oración

La mortificación y la oración son las dos alas de la paloma para volar hacia las santas moradas y tener reposo en Dios, lejos del comercio de los hombres.

Del mismo modo que los pájaros no podrían volar hacia lo alto con tan sólo un ala, igualmente nosotros debemos persuadirnos de que es imposible elevarnos hacia Dios con tan sólo la mortificación, sin la oración.

La mortificación sin la oración es una pena inútil: la oración sin la mortificación es una carne sin sal que se corrompe fácilmente. Es, pues, necesario dar a nuestra alma estas dos alas para que vuele hacia la corte celestial, donde pueda encontrar la saciedad del corazón en la conversación con Dios.

Santa Juana Francisca de Chantal

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario


25 de septiembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Los disolutos encabezarán la cuerda de cautivos (Am 6, 1a. 4-7)
  • Alaba, alma mía, al Señor (Sal 145)
  • Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor (1 Tim 6, 11-16)
  • Recibiste bienes y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces (Lc 16, 19-31)
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El Cenáculo

El jueves día 22 de septiembre, a las 20:45 horas, en el salón parroquial de San León Magno, un hombre joven que ha salido de la droga gracias a la comunidad cristiana -"El Cenáculo"-, fundada por la Madre Elvira (monja italiana), dará testimonio de la obra de Dios en él a través de esta comunidad.
Estáis todos invitados.

XXV Domingo del Tiempo Ordinario


18 de septiembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Contra los que "compran por dinero al pobre" (Am 8, 4-7)
  • Alabad al Señor, que alza al pobre (Sal 112)
  • Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven (1 Tim 2, 1-8)
  • No podéis servir a Dios y al dinero (Lc 16, 1-13)
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Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo


“HÁGASE TU VOLUNTAD”: UNA PETICIÓN PARADÓJICA

En cuanto nos acercamos a esta frase sentimos el misterio: el que la pronuncia ruega que pueda realizarse la voluntad de Dios, que, sin embargo, es todopoderosa, tal como proclama el salmo 33: “Pues él habló y así fue, él lo mandó y se hizo” (Sal 33, 9). ¿Para qué pedir, pues, que se haga? 

La voluntad de Dios no es un querer jurídico, es un flujo de vida que da la existencia y la renueva cuando se pierde. La voluntad de Dios es, en primer lugar, la creación, el universo, todo él constituido por los logoi, por las palabras subsistentes de Dios. es la voluntad todopoderosa y soberana que “dice” y “se hace”, como lo muestra el relato de la creación, donde se repite cada día “día” la expresión. “Dijo Dios” (Gn 1, 1-26).

Pero también, en segundo lugar, la voluntad de Dios es la historia de la salvación, el diálogo dramático de amor entre Dios y la humanidad a fin de que “todos los hombres se salven” (1Tm 2, 4), y aquí es donde se inserta esta petición. Para comprender, pues, el misterio de esta petición, tenemos que recordar y distinguir los dos órdenes de la voluntad de Dios: el orden de la necesidad y el de la libertad. 

a) El orden de la necesidad

En el orden de la necesidad, el contenido de la voluntad de Dios es, en primer lugar, que exista el mundo, que todo lo creado sea. El mundo es realización de la voluntad de Dios: todo ser finito existe en obediencia a la voluntad de Dios; todo ser finito es obediencia. Obediencia, cumplimiento de la voluntad de Dios son las cosas y hechos del mundo; pues Dios ha querido que fueran como son, y que se desarrollaran como ocurre. Las leyes según las cuales subsiste y actúa el universo son expresión de la voluntad de Dios.

Él ha querido también que haya vida; plantas, con la abundancia de sus formas, creciendo, floreciendo y dando frutos. Dios ha querido que haya seres que se mueven por un impulso interior y que habitan un mundo propio (ecosistema): los animales. Todos tienen en sí su imagen específica, según la cual se realizan y se comportan. Esas imágenes son expresión de la voluntad de Dios, y su realización es una obediencia que nunca puede romperse, porque con eso se rompería la vida misma.

b) El orden de la libertad

Pero al crear al hombre, Dios introdujo un orden nuevo: el orden de la libertad: “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 26-27). Así, según la voluntad de Dios, surgió un ser diferente del animal. Lleva en sí la posibilidad del animal, pero incorporada a un nuevo conjunto de sentido. El hombre no sólo se da cuenta de las cosas, sino que las comprende: su esencia y ordenaciones, causas e influjos, origen y objetivo, fin y sentido. El hombre actúa no por necesidad, como el animal, sino libremente; y la libertad, por su parte, significa que no está encerrado en la órbita de las causas y efectos, sino que él mismo puede tomar iniciativas y por sí.

Dios ha hecho algo inaudito: entregar el cumplimiento de su voluntad a la libertad del hombre. En tanto que su voluntad se expresa en las leyes naturales, debe ocurrir; éstas son las formas de la necesidad. En tanto que determina el crecimiento de las plantas y la vida de los animales, no puede permanecer inefectiva; también aquí rige la necesidad. Pero en cuanto que la voluntad de Dios se ha confiado a la libertad del hombre, ya no “debe” ocurrir necesariamente, sino que es sólo justo que ocurra; y el hombre incluso puede rechazarla. Esta petición del padrenuestro se refiere al orden de la libertad, al misterio de la gracia en su relación a la libertad humana. 

En el corazón de Jesús, del que se dijo que “sabía lo que hay en el hombre” (Jn 2,25), había preocupación de que el hombre rechazara cumplir la voluntad del Padre, como ya había ocurrido en el paraíso y tantas veces a lo largo de la historia santa. Y por eso el Señor nos mandó orar con esta petición, para que no se malogre la posibilidad -la gracia- que Dios nos concede, en y por Jesucristo, de acoger su Reino que con Él viene. Pues cuando hacemos libremente la voluntad del Padre, entonces su Reino se hace realidad en nuestra vida y, a través de nosotros, en este mundo.

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario


11 de septiembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado (Éx 32, 7-11. 13-14)
  • Me pondré en camino adonde está mi padre (Sal 50)
  • Cristo vino para salvar a los pecadores (1 Tim 1, 12-17)
  • Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta (Lc 15, 1-32)
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Líbrame

Líbrame, Jesús mío,
del deseo de ser amada,
del deseo de ser alabada,
del deseo de ser honrada,
del deseo de ser venerada,
del deseo de ser preferida,
del deseo de ser consultada,
del deseo de ser aprobada,
del deseo de ser popular,
del temor de ser humillada,
del temor de ser despreciada,
del temor de sufrir rechazos,
del temor de ser calumniada,
del temor de ser olvidada,
del temor de ser ofendida,
del temor de ser ridiculizada,
del temor de ser acusada.

Santa Teresa de Calcuta

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario


4 de septiembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • ¿Quién comprende lo que Dios quiere? (Sab 9, 13-18)
  • Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación (Sal 89)
  • Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano querido (Flm 9b-10. 12-17)
  • El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío (Lc 14, 25-33)
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El ateísmo actual

(El autor de estas reflexiones nació el 15 de junio de 1945 en Ourous, un pequeño poblado de Guinea, al norte del país, cerca de la frontera con Senegal, a unos 500 kilómetros de Conakry, la capital del país. Es una región de media montaña, habitada por la etnia coniagui, de religión animista: “Cuando pienso en el entorno animista, tan estrechamente ligado a sus costumbres, del que me sacó el Señor para hacer de mí un cristiano, un sacerdote, un obispo, un cardenal y uno de los colaboradores cercanos del Papa, me conmuevo en lo más hondo”, escribe el cardenal Robert Sarah)

Dios ha perdido su primacía entre las preocupaciones de los hombres y el hombre se antepone a Dios: en este sentido, vivimos un eclipse de Dios. En consecuencia, existen una oscuridad y una incomprensión crecientes de la verdadera naturaleza del hombre, ya que este solo se define con relación a Dios.

Ya no sabemos lo que es el hombre, porque se ha apartado de su Creador. El hombre pretende volver a crearse él mismo: rechaza las leyes de su naturaleza, que se vuelven contingentes. Esa ruptura del hombre con Dios oscurece su mirada sobre la creación. Cegado por los logros tecnológicos, su mirada desfigura el mundo: las cosas ya no poseen una verdad ontológica ni una bondad, sino que son neutras, y es el hombre quien debe darles su significado. Por eso es urgente subrayar que la salida de Dios de las sociedades contemporáneas, y en particular de las occidentales, afecta no solamente a la enseñanza de la Iglesia, sino a los fundamentos de la antropología.

Creo que una poderosa influencia económica, técnica y mediática de un Occidente sin Dios puede ser un desastre para el mundo. Si Occidente no se convierte a Cristo, quizá acabará paganizando al mundo entero: la filosofía del descreimiento busca febrilmente adeptos en nuevas zonas del globo. En este sentido, nos enfrentamos a un ateísmo cada vez más proselitista. La cultura paganizada quiere a toda costa extender el territorio de su lucha contra Dios. Para estructurar su resurgimiento, los viejos países de antigua tradición cristiana necesitan recuperar el camino de la nueva evangelización.

Nunca olvido que, si mi familia y yo recibimos el conocimiento de Cristo, fue gracias a los misioneros franceses de la Congregación del Espíritu Santo. Mis padres y yo creímos gracias a Europa. Mi abuela recibió el bautismo de un sacerdote francés antes de dejar este mundo. Puede que yo no hubiera salido jamás de mi poblado si los misioneros no hubiesen hablado de Cristo a sus humildes habitantes. A los africanos nos cuesta comprender que los europeos ya no crean en lo que nos dieron con tanta alegría en condiciones extremas. Déjeme que insista: es posible que, sin los misioneros franceses, nunca hubiese conocido a Dios. ¿Cómo olvidar esa herencia sublime que los occidentales, desgraciadamente, dan la impresión de querer sepultar bajo el polvo?

Hoy Occidente vive como si Dios no existiera. ¿Cómo es posible que países de antiguas tradiciones cristianas y espirituales se hayan desgajado tanto de sus raíces? Las consecuencias se demuestran tan dramáticas que es imprescindible comprender el origen de este fenómeno.

Bajo la influencia de los filósofos ilustrados y de las corrientes políticas derivadas de ellos, Occidente ha decidido distanciarse de la fe cristiana. Aunque aún existen comunidades cristianas vivas y misioneras, la mayor parte de la población occidental solo ve en Jesús una especie de idea, pero no un acontecimiento, y mucho menos una persona con la que se encontraron y a la que amaron y consagraron su vida los apóstoles y numerosos testigos del Evangelio.

El alejamiento de Dios no es fruto de un razonamiento, sino de la voluntad de separarse de Él. La orientación atea de una vida es casi siempre una elección de la voluntad. El hombre ya no quiere reflexionar sobre su relación con Dios porque pretende convertirse él mismo en Dios. Su modelo es Prometeo, ese personaje mitológico de la raza de los titanes que robó el fuego sagrado para entregárselo a los hombres: el individuo ha entrado en una lógica de apropiación de Dios y no de adoración. Antes del movimiento que llamamos “de las luces”, la tentación del hombre de ocupar el lugar de Dios, de ser su igual o de eliminarlo, respondió siempre a fenómenos individuales minoritarios.


Autor: Cardenal Robert SARAH
Título: Dios o nada
Editorial: Palabra, Madrid, 2015
Pp. 161, 173, 177, 179, 201-202






XXII Domingo del Tiempo Ordinario


28 de agosto de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios (Eclo 3, 17-18. 20. 28-29)
  • Preparaste, oh Dios, casa para los pobres (Sal 67)
  • Os habéis acercado al monte Sion, ciudad del Dios vivo (Heb 12, 18-19. 22-24a)
  • El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido (Lc 14, 1. 7-14)
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Sobre la muerte

Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y que desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera el deseo de reinar con Cristo?

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

San Cipriano

XXI Domingo del Tiempo Ordinario


21 de agosto de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • De todos los países traerán a todos vuestros hermanos (Is 66, 18-21)
  • Id al mundo entero y proclamad el Evangelio (Sal 116)
  • El Señor reprende a los que ama (Heb 12, 5-7. 11-13)
  • Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios (Lc 13, 22-30)
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Venga a nosotros tu Reino


Introducción: Jesús y el reino de Dios

Toda la vida terrena de Cristo estuvo marcada por “el reino de Dios”. La realeza divina se atribuye a Jesús ya en la anunciación: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). Ya al poco de nacer llegaron unos magos de Oriente preguntando por “el rey de los judíos” (Mt 2,2). Empezó su predicación diciendo: “Se ha cumplido el tiempo y se acerca el reino de Dios: ¡convertíos y creed en la buena noticia!” (Mc 1,15). Se pasó su vida pública predicando mediante las parábolas el reino de Dios. Y por ese reino fue a la muerte. Pilato, en efecto, le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. A lo que Jesús respondió afirmando: “tú lo dices, soy rey”, aunque matizando que su reino “no es de este mundo” (Jn 19,1-16). En el rótulo de la cruz leemos: “Jesús de Nazaret, rey de los judíos” (Jn 19,19). El reino jugó, pues, un papel esencial en la vida y en la muerte de Cristo: constituye el corazón de su misión en la tierra, y por lo tanto esta súplica constituye en corazón del Padrenuestro.

Jesús ve este mundo como una tierra donde existe un reinado: el reinado de Satanás, que es “el príncipe de este mundo” (Jn 12,31). Aquí impera el diablo, es decir, “el que divide”, y los hombres se hallan, en efecto, profundamente divididos a causa de lo social, lo político, lo económico, lo cultural, lo racial, lo ideológico etc. etc. Unos -los que dominan la situación- no quieren que cambie nada. Otros -los que la sufren- quieren darle la vuelta a la tortilla y vengarse de sus opresores. A todos, a unos y a otros, les va a proponer Jesús una situación totalmente nueva: el reino de Dios. 

La primera realización del reino de Dios

La primera realización del Reino de Dios tuvo lugar en el paraíso. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y le entregó lo que sólo pertenecía a Él: el mundo. Y lo hizo dándole esta orden: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra” (Gn 1,28). El dominio del hombre sobre la tierra convierte a la tierra en reino del hombre; pero como el hombre vive en pura obediencia a Dios, ese reino es también reino de Dios; Dios es el primer Señor, al cual el hombre obedece amorosamente dominando el mundo, y así el mundo se convierte en reino de Dios. Y ese estado de cosas se llama paraíso. Pero en esta primera realización del reino de Dios se mete “la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás” (Ap 12,9), el ángel rebelde que logra arrastrar al hombre en su propia rebelión. La consecuencia es que el mundo se va a convertir en reino del hombre, pero de un hombre que ya no obedece a Dios, y dejará, por tanto, de ser reino de Dios.

La historia del pueblo de Israel como intento de restablecer el reino de Dios 

Pero Dios no se rinde y abre un nuevo comienzo con la historia del pueblo de Israel. Por la misteriosa alianza que Dios establece con Moisés en el monte Sinaí, Dios da a su pueblo constitución y orden de vida; pero ahí no se habla de ningún jefe supremo. Nadie está en ese puesto, donde en la vida de los demás pueblos de la Antigüedad, estaba el rey, pues Dios mismo quiere ser el rey de ese pueblo. Dios se une al pueblo de Israel y se compromete a hacer suyo propio el destino de este pueblo, uniendo su propio honor al honor del pueblo de Israel. 

En los tiempos de Abraham, Moisés, los Jueces… hasta 1030 antes de Cristo, Israel no tiene rey. Dios es su único Señor. pero en el momento en que el pueblo hebreo toma posesión de la Tierra Prometida y se instala en ella, siente la necesidad de organizarse frente a los paganos, para protegerse de ellos y también para adoptar una forma de gobierno parecida a la de sus vecinos. Es entonces cuando Israel desea tener un rey. Se propone como rey a Gedeón: “Tú serás nuestro jefe, y después tu hijo y tu nieto, porque nos has salvado de los madianitas” (Jc 8,22). Pero Gedeón se niega: “Ni yo ni mi hijo seremos vuestro jefe. Vuestro jefe será el Señor” (Jc 8,23).

Sin embargo, una vez establecido en la tierra de Canaán, en tiempos de Samuel, el pueblo de Israel quiere tener un rey, al igual que lo tienen los otros pueblos, y así se lo piden a Samuel. Samuel queda espantado, porque comprende que lo que Israel no quiere es seguir viviendo bajo la dirección inmediata de Dios, seguir en el misterio del servicio directo a su reino. Este modo de pertenecer a Dios se les hace pesado y quieren vivir “como todos los pueblos”. Samuel consulta al Señor y el Señor le dice: “Haz su voluntad en todo lo que te pidan. Pues no es a ti a quien han rechazado sino a mí, para que no sea ya Rey sobre ellos” (1Sm 8,5-7). Ésta es la primera conmoción, diríamos radical, que experimenta el reino de Dios en la historia del Antiguo Testamento. Pero Dios acepta la decisión de los hombres y guarda fidelidad a los infieles. Así, en lo sucesivo, el rey será su representante. (N.B. los reyes de Israel no tendrán legitimidad más que en la medida en que obren según les indica Dios)

XX Domingo del tiempo ordinario


14 de agosto de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Me engendraste hombre de pleitos para todo el país (Jer 38, 4-6. 8-10)
  • Señor, date prisa en socorrerme (Sal 39)
  • Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos (Heb 12, 1-4)
  • No he venido a traer paz, sino división (Lc 12, 49-53)
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El temor de Dios


“El inicio de la sabiduría es el temor del Señor” (Pr 1, 7). Unifica, pues, mi corazón en el temor de tu santo Nombre, en el amor a Ti.

Pues si no lo haces, Señor, mi corazón se dispersará buscando una multitud de bienes, que sólo lo son por referencia a Ti, pero que, vividos sin que todo mi ser esté centrado en Ti, se convierten en ídolos que tiranizan mi corazón y esclavizan mi libertad.

Dame, pues, tu santo temor (Is 11, 3), que no comporta miedo alguno, sino la lucidez de una jerarquía de valores en la cual Tú, Señor, ocupas el primer puesto y eres amado como la Luz por la que vemos la luz (Sal 35, 10) y el Bien por el que es bueno todo lo que merece ser amado.

Y así mi libertad será liberada de la fascinación del mal (Sb 4, 12), que oscurece la mente y ofusca el bien, y mi corazón será dilatado para correr por el camino de tus mandatos (Sal 118, 32).

Unifica, pues, mi corazón en el temor de tu santo Nombre, en el amor a Ti.