San Agustín
(354-430)
San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste. Su padre se llamaba Patricio y su madre Mónica. No fue bautizado, porque en su tiempo el bautismo se recibía en la edad adulta: simplemente, al nacer, trazaron sobre su frente la señal de la cruz y recibió la sal de los catecúmenos. Al llegar al uso de razón, aprendió a leer, escribir y contar en una escuela de Tagaste. A los dieciséis años se trasladó a Cartago para aprender el arte de la retórica. a los dieciocho años se enamoró perdidamente de una joven y se fue a vivir con ella, sin casarse, práctica socialmente admitida en aquel entonces, como hoy en día. De esa unión nació, sin desearlo, un hijo, a quien llamaron Adeodatus, que morirá a los dieciocho años de edad, causando un gran dolor a Agustín, que fue siempre muy sensible.
En Cartago descubrió la filosofía, que despertará en él la pasión por la verdad. Pero adherirá muy pronto al maniqueísmo, religión de tipo dualista. Más tarde volverá a Tagaste como profesor de retórica, con su compañera y su hijo. Su madre, santa Mónica, le dio con la puerta en las narices por haberse hecho maniqueo, aunque no dejó de orar por él. Como profesor de retórica vuelve más tarde a Cartago y finalmente va a Roma, donde se acerca al escepticismo filosófico. Al quedar vacante una cátedra pública de retórica en Milán, decide ir a por ella y parte hacia Milán. Tiene entonces treinta años.
Milán era entonces, junto con Tréveris, la capital del imperio romano de Occidente. Su obispo era san Ambrosio, personalidad excepcional y muy culta, que aparece a los ojos de Agustín como una especie de gran figura paterna. Agustín escuchaba todas las semanas sus sermones por amor al buen decir de Ambrosio, no porque le interesase el contenido de lo dicho (¡era un retórico!). Pero poco a poco ese contenido va calando en él y decide separarse definitivamente de los maniqueos, aunque sigue siendo un escéptico. Entonces su madre, Mónica, se reunió con él en Milán. Y aunque Agustín sintió la presencia de su madre como una especie de “persecución”, lo cierto es que a través de ella y de la figura de Ambrosio, recibió el sostén afectivo que necesitaba en la crisis vital en la que se encontraba: pues desesperaba de encontrar la verdad a la que, sin embargo, aspiraba con gran vehemencia. Entonces descubrió la filosofía neoplatónica, que le entusiasmó, lo arrancó del escepticismo y lo acercó al cristianismo.